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Este blog personal es solo eso: personal. No pretendo nada más que escribir sobre libros, autores y mis pensamientos literarios y poéticos y también sobre mis canciones favoritas. También en las páginas de Mi Arte y Recuerdos explico, con fotos, algo más de mí. En la página de Visitas España al blog pongo las banderas de las provincias españolas que me han visitado y una breve historia sobre la capital de cada provincia. De igual forma hago en la página Visitas países al blog, con la bandera del país y una breve historia sobre el mismo. Yo disfruto al máximo al escribir este blog y espero y deseo que los que entren y lo lean hagan lo mismo.

domingo, 6 de octubre de 2013

Novela: A sus pies, señora mía (XI)


Novela por entregas


(Autor: Juan-Claudio Sanz)


Resumen de las entregas anteriores:


Doña Enriqueta es una viuda que vive en un pueblecito de Cuenca allá por los años 1830. A pesar de la guerra contra los franceses durante la Guerra de la Independencia y del duro reinado de Fernando VII la vida no cambia mucho en Villar del Infantado, pueblo de doña Enriqueta. Tras cinco años de viudedad decide poner remedio a su soledad y va visitar a una adivinadora que vive en las cercanías del pueblo. Ésta le pone un acertijo y le dice que cuando lo resuelva pondrá fin a sus penas y búsquedas. Decide ir a ver a la mujer del herrero, la señora del Mirlo, la cual es algo "especial". El acertijo, según doña Enriqueta, habla de una tal Susi, y como la señora del Mirlo se llama Susana, ese es el motivo de ir a verla. Pero sus esperanzas son vanas, y sale de la casa lo más rápido posible ya que de lo contrario su vida corre peligro. Mientras va por las calles del pueblo en dirección a la casa de don Perico, el cabrero del pueblo, se encuentra con el alcalde, don Pascual, y su mujer, la Pascualina, la cual, tropieza y cae de bruces. Una vez que entre doña Enriqueta y el alcalde consiguen poner en pie a la Pascualina, éste, en agradecimiento, la invita a cenar a su casa. Doña Enriqueta acepta la invitación y de regreso a su casa visita al cabrero del pueblo. Lo que ve allí jamás lo olvidará y al final de su visita un chivo propina tal patada al cabrero que lo deja tendido en el suelo sin sentido. Doña Enriqueta sale del lugar huyendo despavorida. Mientras don Pascual y su mujer, la Pascualina, hablan de los preparativos para la cena. Doña Enriqueta se retira a su casa a dormir la siesta y tiene una terrible pesadilla. Después de la siesta sale en busca de Rodrigo Zapata, "El Consultado", "El silencioso", un ermitaño muy conocido del pueblo. En él espera encontrar la solución del acertijo. Por el camino se encuentra un trovador de cantigas el cual es bastante irrespetuoso con ella. LLega a la ermita y no encuentra al "Consultado". Éste está en una cueva y después de intentar hablar con él durante mucho tiempo se da cuenta que es ¡una calavera!.




Entrega nº 11




-5-
La tía Candelaria es invitada

         -¡Silencio, sobrina casquivana! ¡Silencio he dicho! ¡No quiero ver a esos indeseables!
         -Pero tía…
         -¡He dicho que silencio, sobrina! ¡Más respeto a una anciana! ¿Por qué quieres que vaya a esa cena? ¿Quieres enterrarme en vida?
         -Por favor, tía, déjese de exageraciones. Solo es una cena con el alcalde, su mujer, don Alfonsino, su hermana y la Trinitaria. Es una cena compromiso y yo ya he dicho que íbamos a ir las dos.
         -¡Pues haber hablado por ti, bocazas! ¡No me apetece y no se hable más! –gritó enfadada la tía Candelaria.
         Era una mujer que ya tenía ochenta y ocho años pero con una vitalidad y una mala lengua como una moza de veinte. Su hermana, de nombre Caridad, era la madre de doña Enriqueta, fallecida hacía unos años. Su figura era de una delgadez llamativa con una joroba, no muy pronunciada, que tenía de nacimiento.
         A su madre le había oído, alguna vez, que su abuela tuvo con su tía Candelaria el embarazo de la burra y que le dio muchos problemas para nacer por culpa del defecto físico de la espalda.
         Era una mujer soltera. No se había casado nunca porque no creía en el matrimonio sagrado aunque esto no lo decía abiertamente porque ella era muy cristiana y practicante. Pensar que tenía que estar casada para siempre le había agobiado y preocupado toda su vida. Tuvo un novio de joven pero éste al darle un ósculo en la mejilla cuando ella estaba desprevenida recibió tal tortazo de la tía Candelaria que hizo que le cambiara la voz y todo. No la respetó y eso era muy grave.
         De joven estuvo al servicio del obispo de Sigüenza pero nunca quería hablar sobre este episodio de su vida. Estuvo pocos años y por lo visto cuando se fue no lo hizo en silencio.
         Y hablando de silencio…doña Enriqueta se acordó de “El Silencioso”. ¡Menudo fraude! Pasó un rato muy desagradable. Acababa de llegar de la cueva para ir a decirle a su tía lo de la invitación de don Pascual y todavía estaba sulfurada. Normal que le llamaran a el ermitaño “El Silencioso”; no hablaba ni contestaba a las preguntas de la gente porque, simplemente, era una calavera.
         -¿Desde cuándo sería un esqueleto vestido? –se preguntó doña Enriqueta – Capaz que lleva ahí muchos años. Eso no me extrañaría nada. Cuando le he quitado el hábito era todo esqueleto y en equilibrio. Como si estuviera pegado cada hueso entre sí. A lo mejor lo había hecho alguien para tomar el pelo a la gente. ¡Y madre mía el susto que me ha dado la serpiente que le ha salido justo de la boca! Me ha mirado y me ha hecho: ¡Shsssssss! He salido corriendo a todo meter de la dichosa cueva del carajo.
         -Por cierto, tía arrugada. ¿Usted sabe quién es una señora que viste de luto que es así rellenita, no mucho, de mediana edad que siempre sonríe? Va con un moño muy recogido. Es una señora que siempre quiere ayudar pero que es una curiosa.
         -¿Arrugada? –contestó arrugando el morro la tía Candelaria -¡Tú sí que tienes arrugado el ñoto! Pues… -dudó unos momentos –no sé de quién me hablas. ¿Por qué quieres saberlo?
         -No por nada. Es que me la he encontrado ya tres veces hoy metiéndose en lo que yo estaba haciendo. Hace un ratillo estaba yo en una cueva y al salir me la encontré ahí parada observándome. Y como siempre preguntando si necesitaba ayuda. Incluso me ha preguntado que qué es lo que estaba haciendo ahí adentro.
         -Eso me pregunto yo, sobrina rara. ¿Qué diantres hacías tú en una cueva? –preguntó la tía de doña Enriqueta muy extrañada y con una leve sonrisa socarrona.
         -No, nada. Es largo de explicar. No tiene mayor importancia. Solo que esa mujer me pone  nerviosa. Es una cotilla y hoy me la he encontrado ya más veces que todo el tiempo que llevo aquí. Debe ser nueva en el pueblo.
         -Sobrina, o me lo explicas con todo lujo de detalles o te arranco todos los pelos de dónde ya sabes; uno a uno. Habla y no te andes con rodeos.
         Eso le pasaba por hablar demasiado. ¿A quién se le ocurría contar nada a su tía de sus cosas? Le daría una excusa para no explicarle nada. No quería que se enterara del motivo de su visita a la cueva. Si lo hacía sería peor, porque entonces sí que le iba a hacer muchas preguntas.
         -¿Por cierto, ha dicho ñoto, tía deslenguada? Eso suena vulgar y no vuelva a pronunciarlo. Venga, arréglese bien, póngase elegante. La recogeré a las ocho y media. Ahora quiero ir a lavarme y descansar un poco.
         -Das por sentado que voy a ir a la cena. Muy segura estás. Pero por Cristo el del Manto Negro te juro que antes de ir a la cena hago penitencia desnuda en mitad de la plaza.
         -Tía, la conozco muy bien. Se vendrá a la cena, remulgando eso sí, y mucho, pero se vendrá. Así es que déjese de Cristos y penitencias. Póngase bien elegante. Puede ponerse el vestido que le regalé el año pasado.
         -Me pondré el vestido que me dé la gana –dijo con rabia la tía Candelaria –Iré para no hacerle un feo al alcalde pero no por ti. Y decirte que el vestido que me regalaste el año pasado lo he usado de trapo para limpiar la casa. Era horroroso.
         -Es lo más desagradecido que ha parido madre –le dijo su sobrina con cara de circunstancias –Pues póngase el que le regaló el chico aquel que hacía vestidos y los vendía en el mercadillo. Ya sabe, el desviado.
         -¿Olivio? ¿El que quemaron por invertido? Aquello fue de escándalo. Aprovecharon una hoguera en la noche de San Juan para empujarlo y hacerle caer dentro. Nadie le ayudó. Incluso algunos bailaban alrededor del fuego.
         -Sí, ese. Recuerdo que cuando se lo puso la primera vez le realzaba mucho la figura. Aunque su figura, la verdad, tía chepada, no tiene arreglo.
         -Como te suelte un sopapo de los míos te voy a arreglar yo a ti. ¡Sé más respetuosa! Si te hubiese dado tu madre una zurra a tiempo no contestarías así. Siempre fue muy consentida contigo. A los niños hay que enderezarlos a varazos y soltarles una jambuana de vez en cuando.
         Doña Enriqueta ya ni escuchaba. Cuando su tía se ponía así era insoportable. Se podría estar horas despotricando. Bueno siempre lo estaba. Escucharla hablar sin hacerlo era siempre una excepción. Aparte era muy susceptible a toda crítica que fuera en contra de ella por muy pequeña que fuera. Se ponía como una fiera.
         -No sea tan rabiosa, que se le va a coagular el asunto. No se llega a ningún lado con la violencia.
         -Tú sí que tienes coagulado hasta el cerebro. ¿Cuánto tiempo llevas sin catar? Como eres tan mirada y tan selectiva no te comes un “torrao”. Haz que te lo suavicen y fortalezcan. ¿Sabes que me dijo el otro día un hombre del pueblo?
         -Que le dijo tía –contestó doña Enriqueta resignada.
         -“¿Por dónde anda su sobrina? Si quiere, sin coste alguno, y cómo sé que lo necesita pues se lo amueblo”.  No sé a qué se refería con lo de “se lo amueblo” pero así mismo me dijo.
         -No haga caso a lo que le digan por la calle. Hay mucho inútil suelto. Cuando el diablo está aburrido mata moscas con el rabo. Venga, tía, vaya arreglándose que en dos horas vengo a por usted.
         -Está bien, sobrina. Me pondré el vestido del invertido. Es bonito y realza mi trasero como ninguno lo hace. Aquí estaré esperando.
         La tía Candelaria empezó a reírse a carcajadas sin parar. De verdad que sí alguien la escuchaba y la veía pensaría que es una auténtica bruja.
         -Adiós, tía. Después nos vemos. Lávese bien.
         -¿Qué quieres decir con lo de que me lave bien? ¿Qué soy una guarra? Huelo a flores del campo y a río de montaña. ¡A ver si te lavo yo la boca con tierra, so impertinente! ¡Venga, vete ya que me estás soliviantando! ¡Me dan unas ganas de soltarte un trompazo y tres pescozones que no te puedes imaginar! Tira y ni me contestes.
        


Próximo capítulo: La cena