Novela por entregas
(Autor: Juan-Claudio Sanz)
Resumen de las entregas anteriores:
Entrega nº 11
-5-
La
tía Candelaria es invitada
-¡Silencio, sobrina casquivana!
¡Silencio he dicho! ¡No quiero ver a esos indeseables!
-Pero tía…
-¡He dicho que silencio, sobrina! ¡Más
respeto a una anciana! ¿Por qué quieres que vaya a esa cena? ¿Quieres
enterrarme en vida?
-Por favor, tía, déjese de
exageraciones. Solo es una cena con el alcalde, su mujer, don Alfonsino, su
hermana y la Trinitaria. Es una cena compromiso y yo ya he dicho que íbamos a
ir las dos.
-¡Pues haber hablado por ti, bocazas!
¡No me apetece y no se hable más! –gritó enfadada la tía Candelaria.
Era una mujer que ya tenía ochenta y
ocho años pero con una vitalidad y una mala lengua como una moza de veinte. Su
hermana, de nombre Caridad, era la madre de doña Enriqueta, fallecida hacía
unos años. Su figura era de una delgadez llamativa con una joroba, no muy
pronunciada, que tenía de nacimiento.
A su madre le había oído, alguna vez,
que su abuela tuvo con su tía Candelaria el embarazo de la burra y que le dio
muchos problemas para nacer por culpa del defecto físico de la espalda.
Era una mujer soltera. No se había
casado nunca porque no creía en el matrimonio sagrado aunque esto no lo decía
abiertamente porque ella era muy cristiana y practicante. Pensar que tenía que
estar casada para siempre le había agobiado y preocupado toda su vida. Tuvo un
novio de joven pero éste al darle un ósculo en la mejilla cuando ella estaba
desprevenida recibió tal tortazo de la tía Candelaria que hizo que le cambiara
la voz y todo. No la respetó y eso era muy grave.
De joven estuvo al servicio del obispo
de Sigüenza pero nunca quería hablar sobre este episodio de su vida. Estuvo
pocos años y por lo visto cuando se fue no lo hizo en silencio.
Y hablando de silencio…doña Enriqueta
se acordó de “El Silencioso”. ¡Menudo fraude! Pasó un rato muy desagradable. Acababa
de llegar de la cueva para ir a decirle a su tía lo de la invitación de don
Pascual y todavía estaba sulfurada. Normal que le llamaran a el ermitaño “El
Silencioso”; no hablaba ni contestaba a las preguntas de la gente porque,
simplemente, era una calavera.
-¿Desde cuándo sería un esqueleto
vestido? –se preguntó doña Enriqueta – Capaz que lleva ahí muchos años. Eso no me
extrañaría nada. Cuando le he quitado el hábito era todo esqueleto y en
equilibrio. Como si estuviera pegado cada hueso entre sí. A lo mejor lo había
hecho alguien para tomar el pelo a la gente. ¡Y madre mía el susto que me ha
dado la serpiente que le ha salido justo de la boca! Me ha mirado y me ha
hecho: ¡Shsssssss! He salido corriendo a todo meter de la dichosa cueva del
carajo.
-Por cierto, tía arrugada. ¿Usted sabe
quién es una señora que viste de luto que es así rellenita, no mucho, de
mediana edad que siempre sonríe? Va con un moño muy recogido. Es una señora que
siempre quiere ayudar pero que es una curiosa.
-¿Arrugada? –contestó arrugando el
morro la tía Candelaria -¡Tú sí que tienes arrugado el ñoto! Pues… -dudó unos
momentos –no sé de quién me hablas. ¿Por qué quieres saberlo?
-No por nada. Es que me la he
encontrado ya tres veces hoy metiéndose en lo que yo estaba haciendo. Hace un
ratillo estaba yo en una cueva y al salir me la encontré ahí parada
observándome. Y como siempre preguntando si necesitaba ayuda. Incluso me ha
preguntado que qué es lo que estaba haciendo ahí adentro.
-Eso me pregunto yo, sobrina rara. ¿Qué
diantres hacías tú en una cueva? –preguntó la tía de doña Enriqueta muy
extrañada y con una leve sonrisa socarrona.
-No, nada. Es largo de explicar. No
tiene mayor importancia. Solo que esa mujer me pone nerviosa. Es una cotilla y hoy me la he
encontrado ya más veces que todo el tiempo que llevo aquí. Debe ser nueva en el
pueblo.
-Sobrina, o me lo explicas con todo
lujo de detalles o te arranco todos los pelos de dónde ya sabes; uno a uno.
Habla y no te andes con rodeos.
Eso le pasaba por hablar demasiado. ¿A
quién se le ocurría contar nada a su tía de sus cosas? Le daría una excusa para
no explicarle nada. No quería que se enterara del motivo de su visita a la
cueva. Si lo hacía sería peor, porque entonces sí que le iba a hacer muchas
preguntas.
-¿Por cierto, ha dicho ñoto, tía
deslenguada? Eso suena vulgar y no vuelva a pronunciarlo. Venga, arréglese
bien, póngase elegante. La recogeré a las ocho y media. Ahora quiero ir a
lavarme y descansar un poco.
-Das por sentado que voy a ir a la
cena. Muy segura estás. Pero por Cristo el del Manto Negro te juro que antes de
ir a la cena hago penitencia desnuda en mitad de la plaza.
-Tía, la conozco muy bien. Se vendrá a
la cena, remulgando eso sí, y mucho, pero se vendrá. Así es que déjese de
Cristos y penitencias. Póngase bien elegante. Puede ponerse el vestido que le
regalé el año pasado.
-Me pondré el vestido que me dé la gana
–dijo con rabia la tía Candelaria –Iré para no hacerle un feo al alcalde pero
no por ti. Y decirte que el vestido que me regalaste el año pasado lo he usado
de trapo para limpiar la casa. Era horroroso.
-Es lo más desagradecido que ha parido
madre –le dijo su sobrina con cara de circunstancias –Pues póngase el que le
regaló el chico aquel que hacía vestidos y los vendía en el mercadillo. Ya
sabe, el desviado.
-¿Olivio? ¿El que quemaron por
invertido? Aquello fue de escándalo. Aprovecharon una hoguera en la noche de
San Juan para empujarlo y hacerle caer dentro. Nadie le ayudó. Incluso algunos
bailaban alrededor del fuego.
-Sí, ese. Recuerdo que cuando se lo
puso la primera vez le realzaba mucho la figura. Aunque su figura, la verdad,
tía chepada, no tiene arreglo.
-Como te suelte un sopapo de los míos
te voy a arreglar yo a ti. ¡Sé más respetuosa! Si te hubiese dado tu madre una
zurra a tiempo no contestarías así. Siempre fue muy consentida contigo. A los
niños hay que enderezarlos a varazos y soltarles una jambuana de vez en cuando.
Doña Enriqueta ya ni escuchaba. Cuando
su tía se ponía así era insoportable. Se podría estar horas despotricando.
Bueno siempre lo estaba. Escucharla hablar sin hacerlo era siempre una
excepción. Aparte era muy susceptible a toda crítica que fuera en contra de
ella por muy pequeña que fuera. Se ponía como una fiera.
-No sea tan rabiosa, que se le va a
coagular el asunto. No se llega a ningún lado con la violencia.
-Tú sí que tienes coagulado hasta el
cerebro. ¿Cuánto tiempo llevas sin catar? Como eres tan mirada y tan selectiva
no te comes un “torrao”. Haz que te lo suavicen y fortalezcan. ¿Sabes que me
dijo el otro día un hombre del pueblo?
-Que le dijo tía –contestó doña
Enriqueta resignada.
-“¿Por dónde anda su sobrina? Si
quiere, sin coste alguno, y cómo sé que lo necesita pues se lo amueblo”. No sé a qué se refería con lo de “se lo
amueblo” pero así mismo me dijo.
-No haga caso a lo que le digan por la
calle. Hay mucho inútil suelto. Cuando el diablo está aburrido mata moscas con
el rabo. Venga, tía, vaya arreglándose que en dos horas vengo a por usted.
-Está bien, sobrina. Me pondré el
vestido del invertido. Es bonito y realza mi trasero como ninguno lo hace. Aquí
estaré esperando.
La tía Candelaria empezó a reírse a
carcajadas sin parar. De verdad que sí alguien la escuchaba y la veía pensaría
que es una auténtica bruja.
-Adiós, tía. Después nos vemos. Lávese
bien.
-¿Qué quieres decir con lo de que me
lave bien? ¿Qué soy una guarra? Huelo a flores del campo y a río de montaña. ¡A
ver si te lavo yo la boca con tierra, so impertinente! ¡Venga, vete ya que me
estás soliviantando! ¡Me dan unas ganas de soltarte un trompazo y tres
pescozones que no te puedes imaginar! Tira y ni me contestes.