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Este blog personal es solo eso: personal. No pretendo nada más que escribir sobre libros, autores y mis pensamientos literarios y poéticos y también sobre mis canciones favoritas. También en las páginas de Mi Arte y Recuerdos explico, con fotos, algo más de mí. En la página de Visitas España al blog pongo las banderas de las provincias españolas que me han visitado y una breve historia sobre la capital de cada provincia. De igual forma hago en la página Visitas países al blog, con la bandera del país y una breve historia sobre el mismo. Yo disfruto al máximo al escribir este blog y espero y deseo que los que entren y lo lean hagan lo mismo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Novela: A sus pies, señora mía (X)


Novela por entregas


(Autor: Juan-Claudio Sanz)


Resumen de las entregas anteriores:


Doña Enriqueta es una viuda que vive en un pueblecito de Cuenca allá por los años 1830. A pesar de la guerra contra los franceses durante la Guerra de la Independencia y del duro reinado de Fernando VII la vida no cambia mucho en Villar del Infantado, pueblo de doña Enriqueta. Tras cinco años de viudedad decide poner remedio a su soledad y va visitar a una adivinadora que vive en las cercanías del pueblo. Ésta le pone un acertijo y le dice que cuando lo resuelva pondrá fin a sus penas y búsquedas. Decide ir a ver a la mujer del herrero, la señora del Mirlo, la cual es algo "especial". El acertijo, según doña Enriqueta, habla de una tal Susi, y como la señora del Mirlo se llama Susana, ese es el motivo de ir a verla. Pero sus esperanzas son vanas, y sale de la casa lo más rápido posible ya que de lo contrario su vida corre peligro. Mientras va por las calles del pueblo en dirección a la casa de don Perico, el cabrero del pueblo, se encuentra con el alcalde, don Pascual, y su mujer, la Pascualina, la cual, tropieza y cae de bruces. Una vez que entre doña Enriqueta y el alcalde consiguen poner en pie a la Pascualina, éste, en agradecimiento, la invita a cenar a su casa. Doña Enriqueta acepta la invitación y de regreso a su casa visita al cabrero del pueblo. Lo que ve allí jamás lo olvidará y al final de su visita un chivo propina tal patada al cabrero que lo deja tendido en el suelo sin sentido. Doña Enriqueta sale del lugar huyendo despavorida. Mientras don Pascual y su mujer, la Pascualina, hablan de los preparativos para la cena. Doña Enriqueta se retira a su casa a dormir la siesta y tiene una terrible pesadilla. Después de la siesta sale en busca de Rodrigo Zapata, "El Consultado", "El silencioso", un ermitaño muy conocido del pueblo. En él espera econtrar la solución del acertijo. Por el camino se encuentra un trovador de cantigas.




Entrega nº 10






-4-
La visita a Rodrigo Zapata, “El Silencioso”


         El día estaba siendo muy fructífero en encuentros pero no eran nada de provecho. Todavía se acordaba del cabrero. Se le ponían los pelos de punta y los del cogote también. Aunque no menos horripilante fue la visita de la adivinadora, causante de todo lo que le estaba pasando.
         Su dichosa frase le estaba dando dolor de cabeza. Se estaba acordando también de la señora del Mirlo. Ese sí que fue un gran momento para no olvidar. O mejor dicho: para olvidar completamente. Fue humillante. El herrero se merecía una estatua en vida por aguantar a esa mujer. Pero casi lo peor de todo fue la caída del cíclope Polifemo. Si no es por la ayuda de ella y la de su sufrido marido, don Pascual, seguro que habría pasado una desgracia.
         Pero ahora todo cambiaría. Iría a ver al ermitaño, “El Consultado”. Él sí que sabía dar consejos a la gente y no el trovador que se acababa de encontrar.
         Iría ligerita porque quería después pasar por la casa de su tía y decirle que el alcalde y su mujer las habían invitado a cenar a su casa. Seguro que pondría muchas pegas pero trataría de convencerla.
         Se había puesto contenta de repente. Tenía la intuición de que la visita al ermitaño la dejaría impresionada y sería muy fructífera. Nunca había ido a verlo porque nunca lo había necesitado. Ahora era el momento.
         La ermita estaba en mitad de una ladera, en una explanada. No estaba lejos del pueblo pero llegar hasta ella era cansado. No iba mucho por allí por ese motivo. Por ese motivo y porque a veces aquel camino parecía una peregrinación mariana y se encontraba a todo el pueblo. Y a ella estar saludando y dando explicaciones a cada instante le ponía de los nervios y le solía entrar un tic en la espalda.
         Llegó algo exhausta y temblorosa. Le entraron unos calores internos difíciles de explicar. Menos mal que siempre llevaba un abanico en una pequeña bolsa de tela que le regaló su madre cuando su marido falleció. Le dijo que llevara ahí siempre un abanico y un pañuelo. Que los necesitaría. ¡Cuánta razón tenía su madre!
         Al llegar se dio cuenta que no había absolutamente nadie. Era extraño; que ella supiera siempre había alguien en la ermita visitándola. O bien por la misma construcción en sí o por consultar al ermitaño. Es más, había un silencio extrañísimo. No era normal porque no se escuchaban ni los pájaros. ¿Sería por eso que le apodaban, entre otros motes, “El Silencioso”?
         La ermita estaba situada al final de la pequeña explanada. La rodeaban unos grandes pinos que le daban una sombra espléndida. También había unos cuantos olivos los cuales estaban rodeados por piedras en círculo. Se notaba que alguien cuidaba de todo aquello.
         El ambiente que rodeaba a toda la ermita era especial. Sus árboles, su tierra, su color y olor; todo era especial. Sin duda era de las zonas más bonitas del pueblo y por eso no le extrañaba que fuera tan visitada, incluidas otras gentes de otros pueblos.
         Se acercó muy sigilosa a la puerta de la ermita.  No es que fuera gran cosa, pero a ella le gustaba. Era de piedra y aunque sencilla estaba muy bien construida. Una cruz de madera que estaba justo donde se juntaba el techo con la pared de la parte frontal presidía la entrada. Debajo de ésta había una ventana redonda por donde entraba la luz. La luz, el viento, el frío y posiblemente  las alimañas porque se dio cuenta que no tenía cristales.
         Intentó abrir la puerta pero no pudo. Estaba cerrada. Hizo más fuerza pero fue inútil. ¡Vaya contratiempo! Ella pensaba que siempre estaba abierta. A lo mejor, el ermitaño, había salido a hacer cualquier cosa y la había cerrado por seguridad.
         Empezó a darle la vuelta a la ermita por si había alguna entrada por detrás o alguna ventana. En la parte trasera no había nada. Se notaba como había habido una pequeña puerta pero estaba tapiada. Contra la pared había un montón de troncos de árbol para hacer leña. Dio la vuelta completamente a la ermita y no vio nada. ¿Y ahora qué?
         Podría esperar a ver si aparecía el eremita. Según se decía en el pueblo él odiaba a toda la Iglesia Católica y a sus feligreses por hacer de esa forma tan sumisa sus mandamientos. Sus padres eran nacidos en Roma y él era de Jerusalén, curiosamente. ¿Dónde se habría metido el dichoso ermitaño?
         Caminó un poco por los alrededores haciendo tiempo. No muy lejos divisó lo que parecía como una cueva. Estaba cubierta por ramas de arbustos y puede que por eso nunca la viera. Ella no era la primera vez que paseaba por allí. Se acercó un poco más y vio que era profunda. Tenía que llevar cuidado porque podría ser la guarida de algún animal salvaje. Aunque ahora que se fijaba, había pisadas de ser humano.
         No sabía qué hacer. Mejor sería volver a la ermita y ver si había regresado su morador. Si no estaba volvería a la cueva. Y no tardó en hacerlo porque después de esperar en la puerta de la ermita media hora regresó. Ahora bien, se tenía que llevar mucho cuidado.
         Al apartar las ramas para poder entrar a la cueva salieron de improviso dos grajos volando. El susto que se llevó la hizo enmudecer y palidecer. Se echó mano la boca de la impresión. ¿Qué estarían haciendo ahí dos grajos?
         Entró con sumo cuidado y el olor era rancio total. Era una mezcla entre cuadra y pocilga aunque nada comparable a la casa del cabrero. Cuando su vista se adaptó a la oscuridad divisó al fondo la figura del ermitaño. ¡Allí estaba, “El Buscado”, “El Consultado”, “El Silencioso”, el Gran Buda, el Sabio de los sabios! Estaba sentado mirando  hacia la pared del fondo de la cueva.
         Se puso muy nerviosa. Por fin podría hablar con alguien serio e inteligente del pueblo. Bueno, aparte del alcalde, pero esto era otra historia. Se emocionó y dos lágrimas le recorrieron las mejillas.
         -Be…be… -tartamudeó doña Enriqueta –Bendiciones tenga don Rodrigo.
         “El Silencioso” no contestó. Tal vez estuviera meditando. No quería interrumpirle pero ya que había llegado hasta allí no quería volverse de vacío.
         -He venido, oh gran Consultado, porque tengo un acertijo que resolver. Es una frase corta, en un idioma que jamás había escuchado. Me gustaría decírsela y que me dijera su opinión.
         Seguía sin contestar. Se acercó un poco más. Tal vez no la hubiese escuchado bien. Al hacerlo se fijó más detenidamente en el suelo y vio, alrededor de él, gran cantidad de papeles. Y parecían que estaban escritos. ¿Por qué estarían ahí? A lo mejor es lo que usaba él para limpiarse el… ¡Oh, no! ¡Solo de pensarlo le entró angustia!
         -Si ahora no puede hablar, no importa, yo le espero el tiempo que me diga –dijo en tono bajo doña Enriqueta.
         Estaba tensa. No sabía si le estaba molestando y ella era muy mirada en eso. De todas formas si contestara saldría de dudas. Aunque podía ser que estuviera en meditación profunda y ni siquiera la escuchase.
         No sabía qué hacer. Estaba ahí parada en mitad de la cueva como una tonta. Se acercó otro poco más. Según se iba adaptando su vista a la oscuridad iba viendo mejor. Vio, efectivamente, una gran cantidad de papeles escritos en el suelo. Cogió uno por curiosidad. Lo hizo con mucho cuidado no fuera a estar sucio. Había algo escrito pero era ininteligible. Lo tiró y cogió otro. Éste sí que se podía leer y tenía, encima, buena letra:

         Me cago en todos tus muertos

         -¡Muchacho, que ordinariez! ¿Quién podría haber escrito aquello? Si es que la gente era una maleducada –pensó doña Enriqueta molesta.
         Lo arrugó y lo tiró a un lado. Cogería otro. Todavía se preguntaba que hacía tanto papel allí tirado en el suelo. Y todos parecían escritos, eso era lo más curioso. Serían peticiones o agradecimientos al ermitaño. Y no le extrañaba. Su fama de Gran Consejero era algo fuera de lo común y ella tenía la suerte de que vivía en el mismo pueblo. No se podía quejar.
         Revolvió entre toda aquella cantidad de papeles y cogió uno que estaba medio roto y lo leyó atentamente:

         Y yo en los tuyos

         ¡Esto sí que no se lo esperaba! ¿Así iban a ser todos los papeles aquellos? ¿Qué es que se contestaban unos a otros? ¡Claro, era eso! Alguien escribía un mensaje y otro le contestaba. Luego la gente se entretenía en buscar. Seguramente también habría peticiones. Solo tenía que buscar más pero antes volvería a hablar al Gran Sabio.
         -Me gustaría que me aconsejara sobre una cuestión personal. Tengo muchas dudas en mi forma de actuar sobre este parecer y me gustaría escuchar lo que, oh Gran Figura de la Sapiencia, tenga que decir. Sobre todo necesito saber el significado de una misteriosa frase.
         -¡Shsssssss!
         ¡Hombre! Le había pedido que se callara. Bueno, algo era. Definitivamente estaba en meditación. Sería su hora. Ahora estaba más tranquila. Sabía que la había oído y que estaba allí. Mientras cogió otro papel. En éste parecía que había mucho escrito.

         Los tengo mayores
         Rellenos de sangruna
         Los tengo menores
         Cantan como tenores
         Tienen hambruna.

         Las rajas a pares
         Grandes y peludas
         Agonías y pesares
         Con lírica y cantares
         No son menudas.

         ¿Qué era aquello, madre mía? El asombro de doña Enriqueta era monumental. Ella esperaba haber encontrado alguna poesía de amor, de verdaderos sentimientos. Había mucha gente que eran unos grandes poetas sin ser conocidos. Pero aquello era poesía vulgar. Ella era muy delicada en estos temas pero seguiría leyendo. No había terminado de entender lo rellenos de sangruna y que cantan como tenores. Pero bueno, ella nunca entendía muy bien del todo ni lo que le decían ni lo que leía.

         Oscura es mi cueva
         Ancha y sin funda
         No es vieja ni nueva
         Quien quiere la prueba
         De Toledo es oriunda.

         Como flor de lavanda
         Abejas en enjambre
         Olerla por banda
         Liban y engranda
         A mi pistilo y estambre.

         Se pegan y despegan
         A veces sonríen
         Su deseo entregan
         Y si se refriegan
         Siempre se deciden.

         -Parece que la mujer que ha escrito esto es de Toledo. Es una casualidad porque yo también lo soy –pensó sonriendo doña Enriqueta –Aunque sigue siendo muy vulgar. Pero ya que he empezado voy a terminar de leer.
        
         Se están pudriendo
         Necesitan vibraciones
         Se están encogiendo
         Morir y no viviendo
         Rugen como leones.


         Acabo y finalizo
         Con sabio consejo
         Salgan del cobertizo
         Y sin aún ruborizo
         Me soplen el conejo.

         -¿Qué le soplen el qué? ¡Madre mía de mi corazón! ¡Basta ya de leer tonterías! –exclamó en voz alta la viuda mientras arrugó el papel y lo tiró al mismo lado que el anterior –Se le están pudriendo dice ¡Habrase visto!
         -¡Shsssssss!
         El ermitaño la había vuelto a hacer callar. ¡Qué vergüenza! Le había regañado por segunda vez. Pensaría que era una mala educada.
         -Ya me callo, ya. Disculpe mi mala educación. Estaré aquí callada hasta que su Sapiencia me lo indique.
         -¡Shsssssss!
         -¡Qué impertinente! –pensó doña Enriqueta muy ofendida –No es menester que me lo diga tantas veces.
         Decidió no moverse ni siquiera, a la espera de que “El Silencioso” se dignara a atenderla.
         Al cabo de media hora seguía en la misma posición y esperando alguna indicación o algún signo del puñetero ermitaño.
         Pasó otra media hora y empezaba a impacientarse. Había estado atenta y es que no había hecho ni un movimiento. Estaba como petrificado. ¡Menuda concentración que tenía el ermitaño! Había pocas personas que consiguieran tal punto de éxtasis mental. Por cierto, era tan poderosa su voluntad y conseguía tal punto de meditación que ni se le escuchaba respirar.
         Cuando pasó media hora más decidió hablar. Estaba ya cansada de los silencios del cuevista. Ni sabio, ni nada; era un maleducado por no contestarla. Se podía meditar, pero no tanto. Y dormirse no se había dormido porque se hubiese tumbado. Aunque escuchó en alguna ocasión que sí que había personas que conseguían dormir de pie o sentado.
         -Perdone que le moleste, señor, pero es que si no va a hablarme dígamelo claramente y me marcho por donde he venido. Verá tengo una cena esta noche muy importante  y la tarde se va pasando y no puedo perder más tiempo.
         No había forma. No contestaba. Esto ya se estaba pasando de castaño oscuro. Iría por la espalda y le tocaría el hombro. Le daba igual despertarlo pero es que ya estaba bien.
         Se acercó y le tocó suavemente en el hombro. ¡Qué raro! Era como si tocase hueso. Comían poco los ermitaños, eso sí que era verdad. Le volvió a tocar un poco más fuerte y esta vez con toda la mano. Ahora sí que le dio la sensación de que estaba muy delgado. Apenas notó carne.
         -¡Señor ermitaño, señor ermitaño! –exclamó doña Enriqueta algo ya desesperada de tanto silencio –¿Me quiere contestar ya de  una dichosa vez, sapo venenoso? ¿Le ha comido la lengua el gato, eh, rata sin bigotes?
         Ante el silencio del ermitaño dio la vuelta y se puso delante de él. Ahora comprobaría si estaba despierto o no. Tenía una caperuza como los monjes que le tapaba toda la cara pero se la quitaría. Antes, como última oportunidad, le preguntaría de nuevo.
         -¿Está despierto buen hombre? Mire, si le molesto, de verdad, dígalo claro. Yo cojo y me voy, no pasa nada. Hay veces que uno no está para dar consejos pero no me tenga así que me entra desesperación y nerviosismo.
         Daba igual, no contestaba. Sin pensarlo más decidió quitarle el capuchón y verle la cara. Aparte es que ya le daba curiosidad por saber cómo era el ermitaño al que llamaban no sabía cuántas cosas buenas pero para ella era el Gran Cagarro porque no contestarle en dos horas y solo haberle hecho callar era de gañanes.
         Muy despacio empezó a levantarle la capucha y cuando vio lo que vio no pudo evitar gritar horrorizada.
         -Pero… pero si es una… ¡calavera!  ¡“El Consultado”, “El Silencioso”, “El Gran Sabio”… solo es un esqueleto!



Próxima entrega: La tía Candelaria es invitada


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