Novela por entregas
(Autor: Juan-Claudio Sanz)
Resumen de las entregas anteriores:
Entrega nº 9
-3-
El
trovador y la cantiga
Se despertó toda sudorosa con un gran
sobresalto. Incluso quedó medio incorporada en la cama. Se echó mano al cuello
y comprobó que seguía entero. Al instante supo que había tenido una terrible
pesadilla.
-¡Qué horror de sueño! –dijo en voz
baja –Nunca había tenido una pesadilla semejante. Lo que no entiendo es el
haber soñado con el beodo de Pepe Botella. En todo caso si hubiese sido con
Fernando VII, el Felón… aunque éste también está a punto de irse al limbo.
Soñar con un rey no tiene que ser buena señal, no.
Doña Enriqueta terminó de incorporarse
y se acordó de la pesadilla. La frase del sueño, era muy parecida a la que le
dijo la adivinadora y casi estaba segura de que era la misma. Se le quedó
grabada en la mente pero quiso asegurarse de no olvidarla y la apuntó en un
trozo de papel que siempre tenía en su mesita:
Murotluts ero ni tadnuba susir.
En el sueño la había visto escrita en
la pared y la había leído. Habían sido cientos de veces por eso se le quedó tan
bien grabada. ¿Habría sido la adivinadora la que hizo que tuviera esa pesadilla
para que supiera bien aquella frase acertijo? Se preguntó doña Enriqueta.
También se acordó de los espejos.
Aquella sala llena de tantos espejos diferentes y al rey diciéndole algo sobre
no sé qué de uno de ellos y una respuesta. No tenía ni idea que podía
significar todo aquello. Ahora saldría a la calle a dar un paseo. Tal vez se le
ocurriera algo y ya, no por que creyera en esas cosas ni nada, si no por
curiosidad, averiguara algo de aquel misterioso acertijo. Aunque ella seguía
pensando que no tenía que obsesionarse
con él.
Salió a la calle y esta vez cogió en
dirección contraria a la que solía ir. Se dirigió a la zona norte del pueblo.
Tenía un camino estrecho que iba por detrás de todo el pueblo y llegaba a una
explanada en mitad de una pequeña montaña. En mitad de la explanada había una
ermita. ¡Eso es! ¡El ermitaño! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Él era un
sabio, muy conocido en toda la provincia. Venían de todas partes para
consultarle. De hecho le llamaban “El Consultado” y “El Silencioso”. Sus respuestas eran precisas,
cortas y muy, muy sabias. O eso al menos decía la gente.
Iría ahora mismo a verle. Esperaba que
no hubiera gente porque no tenía ganas
de estar esperando. Aunque tenía paciencia odiaba las colas. En los puestos del
mercado muchas veces no compraba o se esperaba a que estuvieran casi
recogiendo, que es cuando menos gente había,
para comprar lo que necesitaba.
Por las calles, hasta llegar al camino
de la ermita, saludó a varias vecinas. Estaba animado el pueblo aquella tarde.
Veía a la gente como más alegre y simpática. Era primavera y eso se notaba.
Nada más coger por el camino se tropezó
con un trovador. Lo supo porque se lo dijo él mismo y se le notaba en la
vestimenta. La saludó muy amablemente.
A ella le encantaban los trovadores.
Tenían una magia especial con sus bellos versos trovados. Su imaginación y la
rapidez en recitar la sorprendían. Podían hablar en verso de una manera natural
y a veces parecía que lo habían estudiado bastante antes.
-Buenas tardes, mi elegante dama. Ante
su belleza solo queda rendirse a sus pies. De figura esbelta y ansiadas ganas
es su fama.
¿Ansiadas ganas? ¿Y a éste borrego qué
le pasaba? Las ganas que tuviera era cosa de ella y a nadie le interesaba. Se
estaba dando cuenta que era más conocida de lo que creía y no precisamente por
ser una santa. ¿Pero qué se debían pensar los hombres que era ella? Buscar un
hombre para que la consolara no era tan malo. Lo que ocurría es que la gente
hablaba demasiado y confundían las cosas. Ella era una gran dama; lo único que
estaba algo desaprovechada.
-Caballero, si es que se le puede
llamar así –contestó doña Enriqueta al trovador –mis ansias son mías, y solo
mías.
Estaba indignada. Se ponía enferma
cuando la gente opinaba sin saber. Podían opinar, sí, de hecho ella lo hacía
pero siempre intentando no ofender a nadie. Volvió a recordar a su marido. ¿Qué
estaría haciendo el pobre? Si había vida después de la muerte, cosa que ella,
sinceramente, no creía en absoluto, seguro que se lo estaba pasando
estupendamente tal y como había hecho en vida. Aunque murió joven disfrutó y
supo hacerla disfrutar.
-Usted me puede llamar como quiera,
dama mía. La veo sufridora. ¿Acaso no seré… yo el afortunado de sus búsquedas?
No diga nada. Yo lo diré. Voy a recitarle una cantiga en honor a vos que ahora
mismo compongo. Sus gracias después espero, supongo.
“Ahí
camina lisonja
De
piel toronja
De
pelo sedante”
“Su vida en entresijos
Ardiente
en deseos
Viuda
y sin hijos
Insegura
en sus devaneos
Sin
rumbo fijo
Se
mira la palma
Porque
el diablo le dijo
Que
nunca tiene calma
Por
ser tan arrogante”
“Alegre y dichosa
La
esperanza no pierde
De
la belleza es diosa
Pero cuidado que muerde
Que
sea tan esplendorosa
A
nadie le sorprende
Siempre
salada; nunca sosa
Que
de todo se aprende
Sin
ser nada pedante”
“Ríe, ríe, la risueña
Pía,
pía, por el rocío
Huele
bien la conqueña
De
muy alto tronío
Despierta
ella sueña
Que
la posean en un río
Y
le den mucha leña
Con
arte y poderío
De
forma espeluznante”
“Lo
mejor: su esperanza
Halagos
de halaguera
Sus
pechos bailan en tranza
De voz fina de hilandera
Su
vida: una andanza
De
perfume a madera
Sin
barriga, con chanza
Eso
sí, muy torera
Y
color rubí su labiante”
“Olores
de hembra rezuma
Ansía
un duro tejo
Creador
de blanca espuma
Que
le llene su cejo
En
un sigue y suma
No
es merluza, es abadejo
Garras
y uñas de puma
Hinchado
su cangrejo
Desinflado
su colgante”
-¿Tantas cosas sabe de mí o es que se
las imagina? –le preguntó doña Enriqueta entre medio enfadada y medio
sonriendo.
Le había dicho que sus pechos bailaban.
¿Acaso se los había visto? Cuando corría le bailaban algo, cierto, pero no de
forma exagerada. También le había dicho que era ardiente, arrogante y que
piaba. A lo mejor se pensaba que era una gorriona. En cuanto a que le gustaría
que la posean en un río, pues la verdad, no estaría mal. En la vida había que
probar cosas nuevas.
Ahora bien, lo que no le iba a
consentir es que dijera que tenía desinflado su colgante. ¿Y le había dicho que
tenía un cejo? ¡Sí, se lo había dicho e incluso la había dicho que era una
cangrejo! Es que no se acordaba muy bien. Y también se había referido a algo de
color rubí.
-¿Y si le suelto un estufío que le
parecería, trovador infame? –preguntó la mujer mirando fijamente a los ojos del
hombre.
-Sus estufíos me los paso yo por las
orejas. No sea más consejero del rey ni flor de azafrán. Yo esquilo a pares a
las ovejas y donde uno quita los demás dan.
-¿Qué no sea más consejero del rey ni
flor de azafrán? ¿Qué quiere decir? –preguntó doña Enriqueta muy asombrada.
-Ni hay que recibir ni darlos
continuamente porque es fácil aconsejar. Lo que hay que hacer es divulgar no
llorar. Ser hermosa por un solo día es morir brillando en un solo instante. Es
mejor ser plata buena que falso oro o falso diamante.
Parecían palabras muy sabias y mas de
la forma que las había dicho aunque no terminaba de entenderlas del todo. Decía
que muchas veces cuando das un consejo la gente se lo toma a mal y se pone a
llorar. Y que cuando una mujer se muere brilla por un día y se pone más
hermosa. Pero esto es que era una tontería. Y lo del oro que se parece a la
plata sin ser diamante era ya el colmo de los colmos.
-Señor mío, tengo muchas cosas que
hacer que estar escuchando consejos sin sentido. Si acaso otro día que tenga más
tiempo me sigue trovando.
-Yo
soy Sol radiante
Ante
vos y Cervantes
Antes
prefiero ser castrato
Trato
de que aproveche los instantes.
No tenía ganas de discutir. Solo lo
hacía si no le quedaba más remedio pero de repente le vino como una inspiración
y le contestó al trovador también en verso:
-Bájese
del peñasco
Asco
da su presencia
Esencia
de picadura
Dura
quisiera por carencia.
Vaya, había sido muy descortés; no es
que le diera asco, asco, aquel hombre. Tal vez tuviera razón en el fondo aunque
no sabía muy bien qué fondo era. Ella no era así pero es que le salió sin
querer. Ya le había pasado varias veces lo de recitar en verso sin querer
hacerlo. Pero es que la provocaban y pasaba esto. Aunque siempre era mejor no
meterse en líos y hacerse la sorda.
-Disculpe, señora respondona, mis
modales. Pero sepa que no son de rico. Son de pobres portales y le ruego que
los tenga a bien y no a males que somos adultos y no zagales.
Doña Enriqueta hizo un gesto con la cabeza
y siguió su camino. El trovador hizo lo propio. Se fue cantando algo que no
entendió. Estuvo a punto de volverse y preguntarle por la frase que tan bien se
le había quedado grabada en la cabeza después de aquella pesadilla tan
horrorosa pero se contuvo y no lo hizo. De todas formas no creía que le hubiese
podido ayudar. Mejor era así.
Volvió a pararse por segunda vez y esta
vez se giró y llamó al trovador pero éste ya había desaparecido. Bueno, no
pasaba nada, seguiría caminando hacia la ermita.
Cuando llegara le preguntaría a “El
Consultado” por la frase del sueño. Era la misma que le dijo la adivinadora.
Recordó que cuando despertó del sueño
lo que más recordaba era la frase y la insistencia en el mismo sueño sobre unos
espejos.
En un momento de inspiración pensó que
los espejos siempre reflejan la imagen al revés. Eso le dio la idea de copiarla
de derecha a izquierda:
Risus
abundat in ore stultorum
¡Ahora sí tenía más sentido! Pero
seguía sin entender absolutamente nada de la frase. A ella le sonaba a latín,
por lo que sabía. Y nada tenía que ver ni con mariscos ni tubos ni Susanas ni
Susis ni nada parecido. Pero el ermitaño lo sabría, claro que sí. Él sabría su
significado y de una vez por todas saldría de dudas.
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