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Este blog personal es solo eso: personal. No pretendo nada más que escribir sobre libros, autores y mis pensamientos literarios y poéticos y también sobre mis canciones favoritas. También en las páginas de Mi Arte y Recuerdos explico, con fotos, algo más de mí. En la página de Visitas España al blog pongo las banderas de las provincias españolas que me han visitado y una breve historia sobre la capital de cada provincia. De igual forma hago en la página Visitas países al blog, con la bandera del país y una breve historia sobre el mismo. Yo disfruto al máximo al escribir este blog y espero y deseo que los que entren y lo lean hagan lo mismo.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Novela: A sus pies, señora mía (IX)


Novela por entregas


(Autor: Juan-Claudio Sanz)


Resumen de las entregas anteriores:


Doña Enriqueta es una viuda que vive en un pueblecito de Cuenca allá por los años 1830. A pesar de la guerra contra los franceses durante la Guerra de la Independencia y del duro reinado de Fernando VII la vida no cambia mucho en Villar del Infantado, pueblo de doña Enriqueta. Tras cinco años de viudedad decide poner remedio a su soledad y va visitar a una adivinadora que vive en las cercanías del pueblo. Ésta le pone un acertijo y le dice que cuando lo resuelva pondrá fin a sus penas y búsquedas. Decide ir a ver a la mujer del herrero, la señora del Mirlo, la cual es algo "especial". El acertijo, según doña Enriqueta, habla de una tal Susi, y como la señora del Mirlo se llama Susana, ese es el motivo de ir a verla. Pero sus esperanzas son vanas, y sale de la casa lo más rápido posible ya que de lo contrario su vida corre peligro. Mientras va por las calles del pueblo en dirección a la casa de don Perico, el cabrero del pueblo, se encuentra con el alcalde, don Pascual, y su mujer, la Pascualina, la cual, tropieza y cae de bruces. Una vez que entre doña Enriqueta y el alcalde consiguen poner en pie a la Pascualina, éste, en agradecimiento, la invita a cenar a su casa. Doña Enriqueta acepta la invitación y de regreso a su casa visita al cabrero del pueblo. Lo que ve allí jamás lo olvidará y al final de su visita un chivo propina tal patada al cabrero que lo deja tendido en el suelo sin sentido. Doña Enriqueta sale del lugar huyendo despavorida. Mientras don Pascual y su mujer, la Pascualina, hablan de los preparativos para la cena. Doña Enriqueta se retira a su casa a dormir la siesta y tiene una terrible pesadilla.




Entrega nº 9




-3-
El trovador y la cantiga


         Se despertó toda sudorosa con un gran sobresalto. Incluso quedó medio incorporada en la cama. Se echó mano al cuello y comprobó que seguía entero. Al instante supo que había tenido una terrible pesadilla.
         -¡Qué horror de sueño! –dijo en voz baja –Nunca había tenido una pesadilla semejante. Lo que no entiendo es el haber soñado con el beodo de Pepe Botella. En todo caso si hubiese sido con Fernando VII, el Felón… aunque éste también está a punto de irse al limbo. Soñar con un rey no tiene que ser buena señal, no.
         Doña Enriqueta terminó de incorporarse y se acordó de la pesadilla. La frase del sueño, era muy parecida a la que le dijo la adivinadora y casi estaba segura de que era la misma. Se le quedó grabada en la mente pero quiso asegurarse de no olvidarla y la apuntó en un trozo de papel que siempre tenía en su mesita:  
Murotluts ero ni tadnuba susir.

         En el sueño la había visto escrita en la pared y la había leído. Habían sido cientos de veces por eso se le quedó tan bien grabada. ¿Habría sido la adivinadora la que hizo que tuviera esa pesadilla para que supiera bien aquella frase acertijo? Se preguntó doña Enriqueta.
         También se acordó de los espejos. Aquella sala llena de tantos espejos diferentes y al rey diciéndole algo sobre no sé qué de uno de ellos y una respuesta. No tenía ni idea que podía significar todo aquello. Ahora saldría a la calle a dar un paseo. Tal vez se le ocurriera algo y ya, no por que creyera en esas cosas ni nada, si no por curiosidad, averiguara algo de aquel misterioso acertijo. Aunque ella seguía pensando que  no tenía que obsesionarse con él.
         Salió a la calle y esta vez cogió en dirección contraria a la que solía ir. Se dirigió a la zona norte del pueblo. Tenía un camino estrecho que iba por detrás de todo el pueblo y llegaba a una explanada en mitad de una pequeña montaña. En mitad de la explanada había una ermita. ¡Eso es! ¡El ermitaño! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Él era un sabio, muy conocido en toda la provincia. Venían de todas partes para consultarle. De hecho le llamaban “El Consultado” y  “El Silencioso”. Sus respuestas eran precisas, cortas y muy, muy sabias. O eso al menos decía la gente.
         Iría ahora mismo a verle. Esperaba que no  hubiera gente porque no tenía ganas de estar esperando. Aunque tenía paciencia odiaba las colas. En los puestos del mercado muchas veces no compraba o se esperaba a que estuvieran casi recogiendo, que es cuando menos gente había,  para comprar lo que necesitaba.
         Por las calles, hasta llegar al camino de la ermita, saludó a varias vecinas. Estaba animado el pueblo aquella tarde. Veía a la gente como más alegre y simpática. Era primavera y eso se notaba.
         Nada más coger por el camino se tropezó con un trovador. Lo supo porque se lo dijo él mismo y se le notaba en la vestimenta. La saludó muy amablemente.
         A ella le encantaban los trovadores. Tenían una magia especial con sus bellos versos trovados. Su imaginación y la rapidez en recitar la sorprendían. Podían hablar en verso de una manera natural y a veces parecía que lo habían estudiado bastante antes.
         -Buenas tardes, mi elegante dama. Ante su belleza solo queda rendirse a sus pies. De figura esbelta y ansiadas ganas es su fama.
         ¿Ansiadas ganas? ¿Y a éste borrego qué le pasaba? Las ganas que tuviera era cosa de ella y a nadie le interesaba. Se estaba dando cuenta que era más conocida de lo que creía y no precisamente por ser una santa. ¿Pero qué se debían pensar los hombres que era ella? Buscar un hombre para que la consolara no era tan malo. Lo que ocurría es que la gente hablaba demasiado y confundían las cosas. Ella era una gran dama; lo único que estaba algo desaprovechada.
         -Caballero, si es que se le puede llamar así –contestó doña Enriqueta al trovador –mis ansias son mías, y solo mías.
         Estaba indignada. Se ponía enferma cuando la gente opinaba sin saber. Podían opinar, sí, de hecho ella lo hacía pero siempre intentando no ofender a nadie. Volvió a recordar a su marido. ¿Qué estaría haciendo el pobre? Si había vida después de la muerte, cosa que ella, sinceramente, no creía en absoluto, seguro que se lo estaba pasando estupendamente tal y como había hecho en vida. Aunque murió joven disfrutó y supo hacerla disfrutar.
         -Usted me puede llamar como quiera, dama mía. La veo sufridora. ¿Acaso no seré… yo el afortunado de sus búsquedas? No diga nada. Yo lo diré. Voy a recitarle una cantiga en honor a vos que ahora mismo compongo. Sus gracias después espero, supongo.

                   “Ahí camina lisonja
                   De piel toronja
                   De  pelo sedante”

                   “Su vida en entresijos
                   Ardiente en deseos
                   Viuda y sin hijos
                   Insegura en sus devaneos
                   Sin rumbo fijo
                   Se mira la palma
                   Porque el diablo le dijo
                   Que nunca tiene calma
                   Por ser tan arrogante”

                   “Alegre y dichosa
                   La esperanza no pierde
                   De la belleza es diosa
                   Pero cuidado que muerde
                   Que sea tan esplendorosa
                   A nadie le sorprende
                   Siempre salada; nunca sosa
                   Que de todo se aprende
                   Sin ser nada pedante”

                   “Ríe, ríe, la risueña
                   Pía, pía, por el rocío
                   Huele bien la conqueña
                   De muy alto tronío
                   Despierta ella sueña
                   Que la posean en un río
                   Y le den mucha leña
                   Con arte y poderío
                   De forma espeluznante”

                   “Lo mejor: su esperanza
                   Halagos de halaguera
                   Sus pechos bailan en tranza
                   De voz fina de hilandera
                   Su vida: una andanza
                   De perfume a madera
                   Sin barriga, con chanza
                   Eso sí, muy torera
                   Y color rubí su labiante”

                   “Olores de hembra rezuma
                   Ansía un duro tejo
                   Creador de blanca espuma
                   Que le llene su cejo
                   En un sigue y suma
                   No es merluza, es abadejo
                   Garras y uñas de puma
                   Hinchado su cangrejo
                   Desinflado su colgante”

         -¿Tantas cosas sabe de mí o es que se las imagina? –le preguntó doña Enriqueta entre medio enfadada y medio sonriendo.
         Le había dicho que sus pechos bailaban. ¿Acaso se los había visto? Cuando corría le bailaban algo, cierto, pero no de forma exagerada. También le había dicho que era ardiente, arrogante y que piaba. A lo mejor se pensaba que era una gorriona. En cuanto a que le gustaría que la posean en un río, pues la verdad, no estaría mal. En la vida había que probar cosas nuevas.
         Ahora bien, lo que no le iba a consentir es que dijera que tenía desinflado su colgante. ¿Y le había dicho que tenía un cejo? ¡Sí, se lo había dicho e incluso la había dicho que era una cangrejo! Es que no se acordaba muy bien. Y también se había referido a algo de color rubí.
         -¿Y si le suelto un estufío que le parecería, trovador infame? –preguntó la mujer mirando fijamente a los ojos del hombre.
         -Sus estufíos me los paso yo por las orejas. No sea más consejero del rey ni flor de azafrán. Yo esquilo a pares a las ovejas y donde uno quita los demás dan.
         -¿Qué no sea más consejero del rey ni flor de azafrán? ¿Qué quiere decir? –preguntó doña Enriqueta muy asombrada.
         -Ni hay que recibir ni darlos continuamente porque es fácil aconsejar. Lo que hay que hacer es divulgar no llorar. Ser hermosa por un solo día es morir brillando en un solo instante. Es mejor ser plata buena que falso oro o falso diamante.
         Parecían palabras muy sabias y mas de la forma que las había dicho aunque no terminaba de entenderlas del todo. Decía que muchas veces cuando das un consejo la gente se lo toma a mal y se pone a llorar. Y que cuando una mujer se muere brilla por un día y se pone más hermosa. Pero esto es que era una tontería. Y lo del oro que se parece a la plata sin ser diamante era ya el colmo de los colmos.
         -Señor mío, tengo muchas cosas que hacer que estar escuchando consejos sin sentido. Si acaso otro día que tenga más tiempo me sigue trovando.

         -Yo soy Sol radiante
         Ante vos y Cervantes
         Antes prefiero ser castrato
         Trato de que aproveche los instantes.

         No tenía ganas de discutir. Solo lo hacía si no le quedaba más remedio pero de repente le vino como una inspiración y le contestó al trovador también en verso:

         -Bájese del peñasco
         Asco da su presencia
         Esencia de picadura
         Dura quisiera por carencia.

         Vaya, había sido muy descortés; no es que le diera asco, asco, aquel hombre. Tal vez tuviera razón en el fondo aunque no sabía muy bien qué fondo era. Ella no era así pero es que le salió sin querer. Ya le había pasado varias veces lo de recitar en verso sin querer hacerlo. Pero es que la provocaban y pasaba esto. Aunque siempre era mejor no meterse en líos y hacerse la sorda.
         -Disculpe, señora respondona, mis modales. Pero sepa que no son de rico. Son de pobres portales y le ruego que los tenga a bien y no a males que somos adultos y no zagales.
         Doña Enriqueta hizo un gesto con la cabeza y siguió su camino. El trovador hizo lo propio. Se fue cantando algo que no entendió. Estuvo a punto de volverse y preguntarle por la frase que tan bien se le había quedado grabada en la cabeza después de aquella pesadilla tan horrorosa pero se contuvo y no lo hizo. De todas formas no creía que le hubiese podido ayudar. Mejor era así.
         Volvió a pararse por segunda vez y esta vez se giró y llamó al trovador pero éste ya había desaparecido. Bueno, no pasaba nada, seguiría caminando hacia la ermita.
         Cuando llegara le preguntaría a “El Consultado” por la frase del sueño. Era la misma que le dijo la adivinadora.
         Recordó que cuando despertó del sueño lo que más recordaba era la frase y la insistencia en el mismo sueño sobre unos espejos.
         En un momento de inspiración pensó que los espejos siempre reflejan la imagen al revés. Eso le dio la idea de copiarla de derecha a izquierda:

Risus abundat in ore stultorum

         ¡Ahora sí tenía más sentido! Pero seguía sin entender absolutamente nada de la frase. A ella le sonaba a latín, por lo que sabía. Y nada tenía que ver ni con mariscos ni tubos ni Susanas ni Susis ni nada parecido. Pero el ermitaño lo sabría, claro que sí. Él sabría su significado y de una vez por todas saldría de dudas.


Próxima entrega: La visita a Rodrigo Zapata, "El Silencioso"

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