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Este blog personal es solo eso: personal. No pretendo nada más que escribir sobre libros, autores y mis pensamientos literarios y poéticos y también sobre mis canciones favoritas. También en las páginas de Mi Arte y Recuerdos explico, con fotos, algo más de mí. En la página de Visitas España al blog pongo las banderas de las provincias españolas que me han visitado y una breve historia sobre la capital de cada provincia. De igual forma hago en la página Visitas países al blog, con la bandera del país y una breve historia sobre el mismo. Yo disfruto al máximo al escribir este blog y espero y deseo que los que entren y lo lean hagan lo mismo.

viernes, 1 de febrero de 2013

A sus pies, señora mía

 
Supongo que ya sabéis que A sus pies, señora mía es el título de mi segundo libro, en el cual estoy trabajando actualmente y que en los próximos meses espero poder terminar. Como en el mes de enero, os pongo varios dibujos del libro, hechos por mí, y aparte unos extractos de la novela. Es parte del pasaje cuarto y quinto del primer capítulo donde doña Enriqueta, después de encontrarse con el alcalde y su mujer va a visitar a don Perico, el cabrero del pueblo. Son unos breves exctractos del pasaje 4 y 5.
 
 
EXTRACTOS:
 
 
Del pasaje 4
 
 
(...)
         -¿Estás cansada, mi vida?
         -Bastante. No sé por qué me haces dar estos paseos. Aparte hay gente que al verla me revuelven las tripas y me mareo. Huelen a estiércol.
         -Amor, para olor penetrante el tuyo. Desde el día que te conocí hasta hoy no ha cambiado. Más bien ha aumentado y eso ya es sufrimiento extremo.
         -Esposo mío. Recuerdo que lo qué más te gustó de mí fue mi olor natural. Te volvió loco. La noche de bodas fue apoteósica. ¿Es qué ya no te acuerdas?
         -Pero es que tu olor no es natural, mi bella florecilla. Y no, no lo recuerdo. Debe ser una defensa de la mente ante un gran impacto.
         -Impacto el que te vas a llevar del jetazo que te voy a soltar. ¡Y camina más despacio que pierdo el equilibrio! –bufó la Pascualina.
         -¿Más despacio? ¡Pero si voy a paso de procesión! ¡Más lento y me quedo parado! –exclamó don Pascual algo alterado.
         -¡He dicho qué más despacio que me puede dar algo!
         -Tranquila, esposa mía, es imposible que te pase algo. San Pedro no creo que esté preparado para recibirte. Seguro que tienes una larga y pesada vida por delante.
         -Si sufro de ésta manera no creo; tengo el corazón que se me va a salir –contestó la mujer entre aspiraciones para coger aire.
         -Vamos, no te pares. Necesitas caminar mucho. Verás cómo de esta forma te quedarás hecha una sílfide –le animó su esposo –Aunque no creo. Semejante gordura no se quita caminando. Ni caminando, ni corriendo, ni siquiera dejando de comer. Tiene carne magra para alimentar a un batallón completo durante una centuria –pensó don Pascual contrariado subiendo la parte derecha de su labio superior.
         Aunque la mañana estaba siendo fresca los sudores del matrimonio eran enormes. Ella por el esfuerzo de caminar con cierta ligereza y él por llevarla del brazo sujetándola fuertemente.
 
Momento en que don Pascual alza la vista y divisa, a lo lejos, a doña Enriqueta
 
 
 
         Iba ensimismado en tal tarea cuando don Pascual alzó la vista y vio a un burro y a lo lejos a doña Enriqueta. Iba con una sombrilla para protegerse del sol, lo cual, según su opinión, realzaba su belleza, ya que ella era muy blanca de piel y a pesar de la frescura de aquella mañana el sol de mayo era muy fuerte.
        El corazón le dio un vuelco. Siempre que la veía le sucedía lo mismo. Se le aceleraba todo. Intentaba que no se le notara porque él estaba casado y muy enamorado de su esposa.
Él era fiel al sagrado matrimonio. Pero lo que era evidente, era evidente y es que doña Enriqueta estaba de muy buen ver y encima era una dama culta y de excelentes modales.
         Se alegró profundamente de verla. Aprovecharía para hacer una parada y poder charlar un rato. Iba por la acera de la izquierda, la única de esa calle y que junto a la del ayuntamiento, las cuales se cruzaban, eran las únicas con aquel invento para las personas y que tanto le había costado construir ya que la gente era muy reacia a esa disposición que consideraban tan inútil.
         Doña Enriqueta también los vio dirigirse a ellos. Le cambió el rictus.
         -¡Estoy atrapada! ¡No me ha dado tiempo de darme la vuelta y evitarlos! –pensó horrorizada –No por él, que me produce hormigueos extraños, si no por ella que también me los produce pero estos sí que no me extrañan.
         Don Pascual era el alcalde del pueblo. Tenía buen porte, de buenas maneras y muy educado. Se casó con la Pascualina en segundas nupcias, cosa que sorprendió a todos porque lo hizo tras repudiar a su primera Esposa, llamada Belinda y apodada la Prepucia.
Belinda era una mujer muy bella de blanca tez y facciones muy suaves cosa que por la comarca era muy raro encontrar. Venía de una familia de atractivas y delgadas mujeres y por el contrario: los hombres eran todos muy obesos.
 El apodo era de su bisabuela, la auténtica Prepucia hija de un elegante pordiosero que había aprendido en el extranjero a consolar a los hombres con gran astucia.
A don Pascual le perseguían todas las casamenteras pero no se sabe cómo después de casarse con Belinda, justo al noveno día, la repudió para casarse con la Pascualina.
Se rumoreaba que fue porque  ésta acudió a la adivinadora del pueblo que también hacía pócimas y conjuros y le pidió que embrujara a don Pascual para conseguir sus favores. Pero todo esto era lo que se decía porque ella, particularmente, no lo creía. Algo tendría la gorda para conseguir el amor del alcalde. No todo estaba en el físico.
Lo que sí era cierto es que no se vio más a Belinda y se comentaba que había envejecido por lo menos veinte años. Todo esto sucedió durante el pasado invierno y todavía se discutía del asunto por las calles del pueblo.
La Pascualina por seguir el paso de su marido al acelerarlo éste al ver a doña Enriqueta tropezó sobre sus propios pies y cayó al suelo. Lo hizo de frente, dando un pequeño traspiés. A pesar de poner las manos delante no pudo evitar golpearse ligeramente la frente. Hizo un efecto rebote y después de rodar y dar dos vueltas quedó boca abajo (...)




Del pasaje 5
 
 
         Doña Enriqueta siguió, esta vez sí, su paseo. Ahora le daba vergüenza el haber preguntado nada a don Pascual y a su mujer sobre la venta de mejillones. ¿Qué habrían pensado? Lo que sí que no sabía era lo de que hacía tanto tiempo que estaba prohibido vender pescado en el pueblo. Llevaba seis años viviendo ahí y le extrañaba, la verdad, pero nunca preguntó por el asunto y nadie nunca le dijo nada. ¡Qué gente más rara, por Dios! ¡Qué paciencia y aguante había que tener!
         Recordó las palabras de don Elviro al marcharse de su casa diciéndole que el cabrero tenía una cabra a la cual llamaba Susana. Ella eso no lo recordaba aunque al cabrero no lo había visto nunca pero sí olido. Y muchas veces ya que cada vez que salía a pasear tenía que pasar por delante de su casa.
         Tal vez él supiera algo en relación con el acertijo. Si su cabra se llamaba Susana y él cariñosamente la llamaba Susi puede que la ayudara en sus dudas. No estaba segura de que esto fuera así pero si no iba a visitarlo no lo averiguaría.
         Tenía que pasar por delante de su casa así es que llamaría a la puerta. Ahora, eso sí, que no la viera nadie llamar. No por nada, pero mejor que no la vieran. Ella tenía cierta reputación y si la veían entrar podrían pensar lo que no era.
         El cabrero se llamaba Perico, y su casa consistía en una especie de caseta hecha de piedra y un patio amurallado que daba a la calle con una entrada sin puerta. Solo había unos palos cruzados.
         No tardó mucho en llegar a la casa del cabrero. Hacía ya un ratillo que el olor a chivo se hacía medio insoportable. Y eso que estaba en la calle. No quería imaginar lo que sería dentro de aquella caseta pero parecía que su destino era oler las podredumbres y malos olores de los demás. Así es que no le pasaría nada por oler un poco más a choto.
      Al llegar se aseguró que no hubiera nadie en la calle. Miró a los dos lados rápidamente y llamó. No contestó nadie por lo que llamó más fuerte. Al seguir sin contestar nadie intentó otra vez llamar con más contundencia. Esta vez aporreó la puerta repetidas veces y gritó suavemente para que nadie la escuchase.
 
         -¡Señor Perico, señor Perico! –insistió doña Enriqueta.
         Pero el cabrero seguía sin contestar. ¿Dónde leñe se habría metido el puñetero? A lo mejor estaba ordeñando alguna cabra. Iría a mirar al corral
         Al darse la vuelta, de repente, como una presencia de ultratumba, vio una figura humana oscura que la estaba observando. ¡Era la misma señora que antes saludó mientras hablaba con el herrero! La miraba fijamente y sonriendo.
         -¿Qué hace doña Enriqueta?
         ¿De dónde habría salido aquella mujer? ¡Hace un instante no estaba! ¡Ella se había asegurado de que nadie la estuviera observando! ¿Qué que hacía? ¿Y a ella qué carajo le importaba? ¿Y cómo es que sabía su nombre? Porque ella no lo sabía. La había visto alguna vez pero no tenía ni idea ni donde vivía ni cómo se llamaba.
         -¿Busca al cabrero para algo? ¿Es que necesita verlo? ¿No le contesta, no?
         ¡Pero válgame Dios! ¿Sería posible lo curiosa que era aquella mujer? Le daban ganas de dar unas palmadas y decirle: ¡zape! Lo que tenía qué hacer era meterse en sus cosas y dejarla a ella con las suyas. A lo mejor si se hacía la sorda la mujer se iría por donde había venido y  no la molestaría más.
         -Si llama más fuerte tal vez le oiga. Él es duro de oído. ¿Quiere que llame yo?
         -No señora, no se moleste –le contestó por fin de mala gana doña Enriqueta –Seguramente es que no está.
         -Sí que está.
         -¿Cómo está tan segura, señora mía?
         -Porque nunca se va sin su chivo y éste está detrás suya –dijo la señora señalándolo.
         Doña Enriqueta se giró despacio y allí lo vio. Estaba justo detrás de ella, mirándola fijamente a los ojos.

 
 
El chivo del cabrero



 
         ¿Y semejante bicho que hacía allí en la calle? ¡Jesús, si parecía un búfalo, no una cabra! Encima la miraba mal y tenía una sonrisa sospechosa y estaba muy quieto. Se le notaba que tenía ganas de toparla. No haría ningún movimiento raro.
         -¿De dónde ha salido éste animal? –preguntó angustiada doña Enriqueta.
         -Siempre lo hace. Cada vez que alguien llama a la puerta viene del corral a ver quién es.
         -¿Y usted cómo sabe todo esto? Yo es que he venido a por un poco de leche de cabra porque mi tía quiere hacer unos quesos. Es la primera vez que vengo. Alguien me dijo que su leche era de la máxima calidad, que no encontraría otra semejante por aquí.
         La señora no paraba de sonreír y de observar atentamente todos sus movimientos. A doña Enriqueta estaba a punto de darle un ataque de nervios. Encima de que era una metomentodo no hacía nada por quitarle a aquella cabra maloliente.
         -Llame más fuerte, hágame caso. Si tarda mucho puede que el choto la chotee.
         -¿Qué el choto me chotee? –preguntó con los ojos muy abiertos –ya podía chotearla a ella que así, a lo mejor, se le quitaba aquella cara de cebolla que tenía –pensó.
         Miró de nuevo al chivo. Este, sin apartar la mirada, agachó la cabeza. Doña Enriqueta llamó desesperadamente a la puerta porque sabía que si salía corriendo se llevaría un buen topetazo.
         -¡Abra, cabrero, abra de una vez! ¡Abra, por lo que más quiera!
         Volvió a mirar detrás suya y vio al chivo dispuesto a arrancar y a la mujer mirándolo todo. La so asquerosa estaba disfrutando de aquella escena. Ya tenía motivos para ir de chismorreos por todo el pueblo.
         Ella buscaba anonimato y como la embistiera el dichoso chivo se enteraría toda la comarca. Cosas así no eran muy comunes y menos que le pasara a una dama como ella.
         Como el dichoso cabrero no abría la puerta y el chivo ya iba a embestir cerró los ojos y arrugó la cara esperando el golpe. Apretó los dientes y las nalgas todo lo que pudo. La Gran Embestida era inevitable (...)
 
 
 
 
 
A sus pies, señora mía, está basado en mi primer libro, Doña Enriqueta, escrito en verso.
 

 
 

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