Novela por entregas
(Autor: Juan-Claudio Sanz)
Resumen de la entrega anterior:
Doña Enriqueta, viuda desde hace cinco años, vive en un pueblecito muy tranquilo de la provincia de Cuenca. Corren los primeros años de la tercera década del siglo XIX. Fernando VII, rey de España, acaba de fallecer y la situación política en España es convulsa por la dictadura del rey y las consecuencias de la Guerra de Independencia contra los franceses. A pesar de todo eso se vive tranquilo en el pueblo. Pero doña Enriqueta, lleva ya, según ella, muchos años sin marido y a pesar de que ella es una señora bien acomodada y de muy buenas costumbres y modales su deseo puede más y debido a que, aunque ella quisiera casarse de nuevo no encuentra con quien, por lo que sus deseos humanos son más fuertes. Pero para encontrar al hombre que encaje en sus gustos decide ir a ver a una adivinadora del pueblo, en la cual confía para que solucione sus problemas.
Entrega nº 2
-2-
El acertijo
-¿Vas a entrar de una vez?- preguntó la
adivinadora con una voz extremadamente ronca -¿O te vas a quedar ahí parada con
cara de boba?
-No es cara de boba –respondió doña
Enriqueta, al cabo de unos segundos, muy impresionada – es cara de total
sufrimiento. Creo que se me acaba de descomponer la barriga. Buenos días
señora, ¿está usted bien?
La voz de la adivinadora era de
ultratumba, totalmente infernal. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la
viuda y jamás había sentido tanto miedo. Tanta impresión no era bueno para el
corazón. Se quedó paralizada; ni avanzaba ni retrocedía.
-Yo estoy para comerme. Bien lozana y
rebosante. Tú eres la que pareces que no estás bien. Termina de entrar, cierra
la puerta y no te sientes. Más que nada porque no hay sillas. ¡Y no me
respondas!
Hubo unos segundos de silencio tras lo
cual se oyó de nuevo aquella voz decir:
-¡Nada es lo que parece! ¡Lo verdadero
es falso! ¡Si amas también odias!
Esa voz… No era humana. Era profunda,
luciferina, satánica. Estas últimas palabras sonaron más fuertes y más graves.
Eran tenebrosas. De un terror muy difícil de explicar en una sola vida. ¡Era La
Gran Voz Tenebrosa!
Vio una figura oscura, a contraluz cerca de
una ventana. Estaba de pie y parecía, no se distinguía bien, que tenía algo en
la mano junto a la cara.
Se fue acercando poco a poco hacia
ella. Si no se le salía el corazón de su sitio era porque no quería pero un
latido más así de fuerte y no lo contaba.
Volvió a oír esa voz espantosa. Esta
vez detrás de ella, justo por el lado de su oreja derecha. Se giró y vio pegada
a ella a la adivinadora. ¿Cómo era posible? ¡Hacía un instante que estaba en la ventana! Ahora podía ver lo que llevaba
en la mano. ¡No podía ser! ¡Era un cono como los que se hacen para las castañas
pero mucho más grande el cual estaba hecho de cartón! ¡De ahí esa voz!
-¿Te has asustado, eh? –preguntó
riéndose la vidente – Era lo que pretendía. Cuando uno siente miedo no razona,
sigue su instinto. Y tú instinto ha sido seguir aquí y no salir corriendo con
lo cual muy fuerte tiene que ser el motivo que te ha traído hasta mí.
-¡Ostras con la adivinadora! ¡Y parecía
tonta! –pensó doña Enriqueta. Aunque si no había salido huyendo era más bien
por paralización muscular completa y no por instinto. Intentó contestar pero no
le salió la voz.
-No importa que hables, calla y escucha
–dijo, ya sin el cono, la adivinadora.
Existe corazón vivo y no alma
eterna
No hay contrario en la pena y la
alegría
Que si de niño se lloraba también
se reía
Y de amor y odio el rencor hiberna
-No entiendo muy bien lo que quiere
decir –dijo doña Enriqueta algo confundida -¿Qué me quiere dar a entender,
hechicera? ¡Hable más claro por esa boca podrida!
-¡Calla, he dicho, qué tú sí que tienes
podrido lo que no digo! ¡No vuelvas a interrumpirme o lo lamentarás, viuda
buscona! –contestó malhumorada la hechicera.
Y
parecía que lo decía en serio. Quedó muda y seguía con los temblores en los
codos. No volvería a hablar, por la
cuenta que le traía.
-Si unos versos no los entiendes es que
eres más tonta de lo que pensaba. Escucha bien, abre tu oído. El oído, ¿entendido?
y verás como las palabras cogen sentido.
Todo es cuestión de matices
Que sin cópula no existe Eros
Que el que no ve sin cerrar los
ojos tiene ceguera
Ya que mujeres santas hay que son
meretrices
Hombres sin alma y otros son
enteros
Y que cada cual sea feliz a su
manera
-¡Dios mío, sigo sin entender a esta
puñetera vieja! ¿Qué diablos querrá decir con lo de la cópula, Eros, las
meretrices y los hombres sin alma? ¡Estoy perdiendo la calma y ya me está
tocando las narices!
-Vienes buscando saber cual será tu
futuro. No encuentras lo que deseas pero no deseas lo que encuentras. La vida
no es la que uno merece, ni siquiera es la que le dejan los demás. La vida es
un momento de la muerte, un leve
despertar, un simple suspiro. Perder ese momento en búsquedas desesperadas
siempre tiene el mismo destino: nada.
La vieja adivinadora se acercó a la
ventana. La luz entraba ligeramente a través de lo que parecía una cortina,
porque en realidad, doña Enriqueta, no sabía que era, y dejó ver las facciones
de la mujer.
¡Quedó sorprendida! ¡Era más fea de lo
que se había imaginado! Ahora, eso sí, el tono de voz ya no era tan
fantasmagórico y eso hacía mucho.
-Señora mía –continuó la adivinadora-
muestra insuficiencia emocional. Su vida ha sido adelantada en el tiempo. No
pida compresión, porque no la hay. Está sola. Solo se tiene a sí misma. Le
pondré un acertijo, cuando encuentre la solución tendrá la respuesta que busca.
Es una frase. Y le doy un consejo, no busque respuesta lógica.
Murotluts ero ni tadnuba susir
-Ahora vete por dónde has venido –dijo
la adivinadora mientras se fue otra vez a la oscuridad del salón como si fuera
levitando por el suelo.
Doña Enriqueta no salía de su asombro.
¿Qué había dicho la vieja acertijera? ¡No había entendido nada! ¿Qué idioma era
aquello? ¿Sería griego o tal vez arameo?
-¿Le debo algo? –preguntó
No obtuvo respuesta. Solo había un
silencio absoluto. Ahora no veía ni a la vieja. ¡No estaba! Le quería pedir que
repitiera esa frase tan misteriosa otra vez, porque no la había terminado de
entender del todo. Le había sonado algo así como moluscos en tubos para Susi o
como que en un muro una tal Susi tocaba la tuba. A lo mejor era eso el acertijo; buscar a una vendedora de
moluscos que le dijesen Susi o se llamase Susana, ¿por qué Susi venía de
Susana, no? o que tocara la tuba detrás de un muro, tal vez. ¿Sería eso? Ella a
veces llamaba a los gatos susi, susi. ¡Ah no, era misi, misi! ¡Menudo lío
mental tenía! ¿Qué habría dicho aquella maldita adivinadora?
¡Murotluts ero ni tadnuba susir!
¡Virgen santa! ¡Ahora, de repente,
escuchó otra vez esa voz infernal pero en su otra oreja! ¡Menudo sobresalto!
Otro susto así y saldría con el pelo blanco de la casa de la adivinadora. Y el
de la cabeza también. ¿Pero cómo hacía para desplazarse tan rápido?
-He dicho lo que tenía que decir a lo
que venías a buscar. Puedes marcharte.
-¿Pero le debo algo o no? ¿Y quién es
Susi? ¿Y tadnuba? ¿Qué es tadnuba? ¿Es una tuba, no? ¡Por favor ayúdeme!
–preguntó algo desesperada doña Enriqueta.
- No puedo ayudarte más. Si en cinco
segundos no desapareces te echaré a los perros para que te coman el corazón y
los pulmones.
Dicho esto, la vieja adivinadora
desapareció. Miró rápidamente por toda la estancia pero no estaba. Doña Enriqueta salió rauda de la casa. No
había visto ningún perro pero por si las moscas mejor no averiguarlo porque se imaginó a una
jauría comiéndose su corazón y sus pulmones y se asustó de verdad.
Para la ayuda que le había prestado la
hechicera o lo que fuera, mas le hubiera valido ni haberse molestado en ir.
Aparte es que no recordaba la frasecita esa tan rara y difícil de entender.
Dijo que era un acertijo ¿pero qué clase de acertijo? ¡Eso no lo entendía ni
ella misma!
-¿Por
qué no me ha dicho las cosas de forma clara y no con tanto misterio? –se
preguntó enfadada doña Enriqueta- Todas las hechiceras, adivinadoras, brujas y
demás se hacían
las misteriosas como si así fueran más
poderosas o tuvieran vida eterna o como si esos poderes, que para ella no era
más que chuflas, las convirtieran en controladoras de la vida y la muerte y
decidieran sobre el destino de la gente.
Se iría por dónde había venido y no le
daría más vueltas al asunto. Aprovecharía la mañana para seguir dando un paseo
por los montes, caminos y calles del pueblo. Necesitaba que le diera el aire para
que se le pasara el temblor que tenía. A ella le encantaba dar paseos porque no
tenía otra cosa que hacer, la verdad.
Incluso en días de invierno lo hacía a no ser que la lluvia o el viento fueran
muy fuertes y se lo impidiera.
Próxima entrega: Doña Enriqueta visita a la señora del Mirlo
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