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Este blog personal es solo eso: personal. No pretendo nada más que escribir sobre libros, autores y mis pensamientos literarios y poéticos y también sobre mis canciones favoritas. También en las páginas de Mi Arte y Recuerdos explico, con fotos, algo más de mí. En la página de Visitas España al blog pongo las banderas de las provincias españolas que me han visitado y una breve historia sobre la capital de cada provincia. De igual forma hago en la página Visitas países al blog, con la bandera del país y una breve historia sobre el mismo. Yo disfruto al máximo al escribir este blog y espero y deseo que los que entren y lo lean hagan lo mismo.

domingo, 7 de julio de 2013

Novela: A sus pies, señora mía (I)


POR ENTREGAS


A sus pies, señora mía, es el título de mi segunda novela. Hago referencia a ella en la entrada de enero de 2013 Mi segundo libro (A sus pies, señora mía), escrito en prosa, basado, a su vez, en mi primer libro Doña Enriqueta (ver entrada sobre Doña Enriqueta). Doña Enriqueta está escrito en verso y este segundo, A sus pies, señora mía, cuenta la misma historia, con algunos cambios, evidentemente, pero escrito en prosa, como hemos dicho antes. He decidido ir publicándolo en mi blog, de una forma que se hacía antiguamente: por entregas. Cada semana un pasaje completo. De esta forma no se hace pesada la novela y creo que es más entretenida. En un principio, y así lo tengo anunciado en el blog, iba a ilustrarlo yo mismo; con mis propios dibujos. Pero he decidido que es mejor que no ante la dificultad y laboriosidad de los mismos. No obstante, los que he publicado aquí en el blog, seguirán en él ya que forman parte de los cuadros y dibujos que tengo en la pestaña MI ARTE, en la página principal. Espero, sinceramente, que disfrutéis con estas entregas y que paséis unos momentos agradables. 



Entrega nº 1



A sus pies,
señora mía



(Versión Novela de la obra “Doña Enriqueta” -Versión Poesía Picaresca)

escrita por Juan-Claudio Sanz






Esta versión novelada se la dedico
A mi madre, Dolores, por la dedicación
Que siempre ha tenido hacia
Sus hijos, hijas, nietos y nietas.







Agradecimientos:

Mis más sinceros agradecimientos a todos aquellos que me han animado a escribir ésta versión novelada de mi primer libro, escrito en verso, Doña Enriqueta (Versión Poesía Picaresca), en especial a mi hija Cristina por su incondicional apoyo.






PRÓLOGO

        España estaba convulsionada a principios del siglo XIX. Sus primeras tres décadas estuvieron marcadas por guerras, enfermedades y hambrunas. A principios de siglo reinaba Carlos IV pero su hijo, Fernando VII, con el apoyo de sus seguidores y tras el motín de Aranjuez consigue que su padre abdique a su favor  en 1808 debido a que los tratados que España tenía con Francia no eran de su agrado y habían propiciado la entrada del ejército francés en la península.
      En el mismo año las tropas de Napoleón, con la excusa de invadir Portugal, ocupa España y deja en el trono a su hermano José Bonaporte, apodado de muchas maneras pero la más conocida fue Pepe Botella, debido a su afición a la bebida.
         Se inicia entonces la Guerra de Independencia que duraría hasta 1814, año en que Fernando VII recupera el trono e iniciándose una época absolutista y cruel sobre todo en la década Ominosa de 1823 hasta su muerte en 1833.
         La resistencia de los españoles a los franceses fue encomiable y el mismo Napoleón comentaría más tarde que la maldita guerra contra España era el inicio de todos los males de Francia.
       Durante la guerra, en 1812, en las Cortes de Cádiz, se constituye la primera Constitución Española, a la que llamaron La Pepa,  y aunque Fernando VII la acató en 1820, jurando fidelidad sobre ella, la eliminó más tarde.
         España se sumió en la miseria, el hambre y las enfermedades lo que hizo que entrara en una época muy difícil. Hubo guerras internas, que  complicaron  más  la  existencia, entre los absolutistas partidarios del rey y los liberales lo que hizo que la vida del campesinado fuera verdaderamente dura. La población, entre la guerra y las hambrunas quedó muy diezmada.
         Al rey Fernando se le apodaba El Deseado, por su época en que el pueblo deseaba su regreso y Felón. Pero su fama se debió a su reinado feroz, represivo y cruel en unos años de total absolutismo. Tuvo una hija, Isabel II, apodada La de los Tristes Destinos, con su sobrina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias,  que reinó a la muerte de su padre cuando solo contaba cuatro años, pero que regentaba su madre.
         El ambiente político y religioso era muy convulso en las capitales pero en los pueblos recónditos y de pocos habitantes no se notaba mucho los cambios. El tiempo no avanzaba y las costumbres tampoco.
         La historia de éste libro está ambientada en esa época, pero quitando todo el dramatismo de esos años. Todo  transcurre en un pueblecito de la provincia de Cuenca, en la comarca de La Alcarria, donde la vida transcurre lenta y sin grandes problemas.
         La protagonista de la historia es doña Enriqueta, viuda, pero de posición acomodada. Después de cinco años de viudedad y harta de no encontrar a un nuevo marido decide visitar a una adivinadora para que le diga cuál es su futuro. Y aquí es donde comienza todo en la mañana del sábado 17 de mayo del año 1834…
        




Capítulo primero
“De tristeza el alma muere esquivamente
De rencor y pena en fuego languidece
Sangra sin sangre por odiar lascivamente
Con mirada ciega de rabia palidece”


De cómo se desespera doña Enriqueta. – El acertijo. – Doña Enriqueta visita a la señora del Mirlo. – El encuentro con la Pascualina y el alcalde. – Perico el cabrero.








-1-
De cómo se desespera doña Enriqueta

         Había amanecido en una mañana fría y oscura. Doña Enriqueta se levantó con cierta pereza, muy sudorosa y algo inquieta, aunque el canto del gallo la había despertado hacía un buen rato. Le encantaba quedarse en la cama y soñar despierta durante unos minutos. Escuchar el viento, la lluvia, los pájaros… y como algún pastor o labriego carraspeaba y soltaba todo el escupitajo en la calle, justo debajo de su ventana. Eso le daba un asco que no lo podía aguantar. Eso y que se creyeran que eran las fiestas del pueblo y que sus aires podían orearlos alegre y ruidosamente
          Había enviudado hacía cinco años y desde entonces había permanecido casta y pura por imposición más que por convicción y la verdad es que empezaba a estar harta de ésta circunstancia. Empezaba no; llevaba ya mucho tiempo harta.
         -Hace demasiado frío para estar ya a mediados de mayo –pensó doña Enriqueta mientras terminaba de vestirse –Me  ha subido la temperatura –continuó –y espero que sea porque estoy algo afiebrada  porque de  lo contrario a ver qué hacemos.
         Desde que había muerto su marido Doña Enriqueta no había estado con ningún hombre y no por falta de deseo, si no de oportunidades. De oportunidades y porque todos los hombres de su pueblo eran más feos que el borrico anciano del mulero. Aparte, olían a establo, aunque eso no le desagradaba del todo.
         Ella era morena, con curvas pero delgada, de sonrisa agradable y nariz chata. Sus manos eran finas, suaves pero al mismo tiempo fuertes. Tenía el pelo corto,  rizado,  siempre recogido y  era  sedoso  y muy brillante. En el pueblo decían que para ser mujer era muy alta aunque ella no pensaba igual. Era de estatura mediana.
         -Estoy afligida, muy afligida –se lamentó
         Era una dama, de muy buenas maneras y costumbres. Que llevara ya un lustro sin marido la estaba volviendo algo lasciva. Siempre había sido muy ardiente con su esposo, aunque su matrimonio hubiese durado apenas unos años debido a que él murió repentinamente.
         -Poner remedio a esto tiene que ser mi máxima prioridad. Se me está estropeando e incluso me tienen puesta de mote “la del higo seco” y eso no lo aguanto. Esta manada de palurdos sí que tiene seco el cerebro. Yo soy culta, aunque no me dieran estudios, y no soporto la mala educación.
         “Soy ardorosa y toda yo rezumo a hembra. Porque una mujer tiene que ser eso: hembra ciega y salvaje en la intimidad pero sin ser bruta y basta entre las gentes”
         Abrió la ventana para airear la estancia porque el olor era muy fuerte y penetrante aunque el de la habitación más. De esta forma entraría brisa fresca y tal vez dejara de pensar en lo que estaba pensando.
         -Hoy me siento especialmente receptiva –dijo mirándose en un espejo que había en un rincón.
          Su habitación era sencilla. Una cama con dosel, comprada especialmente para su noche de bodas, una cómoda, dos sillas y una jofaina, donde se aseaba, debajo justo del espejo en una misma pieza. Odiaba esas casas tan llena de cuadros, figuras decorativas y muebles por todos lados. A ella le gustaba que hubiera espacio, mucho espacio.      
         “¿Qué puedo hacer para poner solución a estas ganas de gallina que tengo? Hombres trabuqueros no hay o los que hay o están casados o su vocación no es ir deshojando amapolas. El asunto está difícil, muy difícil pero siempre hay soluciones para todos los problemas. Cuando menos te lo esperas se resuelve todo. Sobre todo tengo que tener paciencia, pero después de un lustro de sequía pienso que ya he tenido bastante”
         “Está el alcalde, pero es un hombre casado y por lo que se ve ama profundamente a su esposa, y eso que a ella le sobran quilos por todos lados. No he visto cosa más vacuna en mi vida. Aparte es  una mujer desagradable y huele mal. Son misterios, y en amores no hay que buscar porquéses. Uno se enamora y se enamora. Pero me da algo de rabia, la verdad, que don Pascual esté con ese animal de labranza”
         “Hace dos días que salimos de fiestas. Esperaba que hubiesen habido más hombres disponibles pero no ha sido así. Incluso en las cuevas del vino no había nadie. Es curioso, pero no hace tanto, estaban llenas de hombres fornidos fabricando el “oro rojo”. Ahora solo quedan cuatro vejestorios haciendo honor todo el día al dios Baco”
         “Muchos días pienso en que tendría que irme a vivir a la ciudad; allí tendría más oportunidades pero me da algo de miedo. Aquí tengo a mi tía y aunque es una cascarrabias ella me entiende perfectamente. Y aquí tengo a mi marido enterrado pero es que de seguir aquí, mi destino, claramente, será el secamiento. No sé qué  hacer. En realidad la vida está difícil en todos lados y aunque aquí tengo pocas oportunidades, por no decir ningunas, se vive más tranquilamente y se respira siempre aire limpio y fresco. Bueno, en realidad, se respira siempre a boñiga pero todo es cuestión de acostumbrarse”
         -¡Dame esperanza, dios mío! –exclamó elevando las tres cejas.
      Doña Enriqueta vivía en un pueblo pequeñito de Cuenca, lejos de la capital. Se llamaba Villar del Infantado y en sus mejores momentos había sido grande y de fama en toda la comarca por sus gentes, comerciantes y ganaderos con  bonitas y grandes casas señoriales con olor a montaña y a romero.
       Estaba situado en un valle regado por un pequeño pero precioso riachuelo. Dos cerros, que a ella le resultaban majestuosos y que parecían gemelos le daban una imagen señorial aunque era cierto que el señorío había venido a menos. Desde hacía unos años, debido a la situación tan precaria de toda la zona, su población había disminuido y algunas casas se las veía ya con aspecto de abandono.
         En sus mejores días sus habitantes habían sido de alta alcurnia con bellas damas y aunque ahora seguían las bellas damas también las había muy orondas y hombres de pestilencia suma (eso siempre había existido) más un cura pellejo. Bueno, no exactamente pellejo. Era de mediana edad, como ella, y no estaba mal físicamente del todo. Bueno… sí que estaba mal físicamente y olía a sotana vieja y carcomida. Pero claro, era vicario, y a pesar de tener crucifijo no era de provecho. Aún con todo, ella siempre decía que desnudos todos eran iguales.    
         Muchas veces, cuando los deseos lujuriosos iban en aumento iba a ver a La Trinitaria, una abadesa entrada en años aunque muy activa. Buscaba consuelo en ella porque sabía que de joven ella había tenido sus escarceos y se decía por el pueblo que se metió a monja debido a que estaba muy arrepentida de sus actos impuros.
        En una ocasión le preguntó el motivo del por qué la llamaban La Trinitaria y le contestó: “No quieras saberlo, te quedarías traumatizada”  pero  se  decía  que   era  el   apodo  que  tenía  por  sus famosos tríos. Pero eso eran malas lenguas y sería por otro motivo. Bueno, lo cierto, es que cada mes se veía ir al convento de la Trinitaria  a tres monjes franciscanos pero sería para llevarles a las pobres monjas comida o cualquier otra necesidad.
         Lo que sí era verdad es que se metió al convento de “Las Castañeras”, que era como se llamaba.
         Sus monjas eran famosas por sus castañas asadas que hacían cada año desde noviembre hasta enero, salvo el 28 de diciembre porque los mozos del pueblo se las tiraban después a la cabeza.
         El convento no estaba muy lejos; estaba al final de un penacho, a pocos metros de la salida del pueblo, por la parte norte. No era muy grande y se había construido en los mejores momentos de éste, cuando era rico y famoso en la región. La Trinitaria era la cuarta monja superiora que lo dirigía. Todas eran de la orden de las dominicas y la más joven tenía ochenta y cuatro años. El motivo de su longevidad era un misterio pero se creía que era porque bebían a diario zumo de castaña.
         Se vistió y salió a la calle. Necesitaba esa brisa fresca que solo por las mañanas había. Era lo que más le gustaba del pueblo; aquel aire de montaña. Era cierto que a veces olía a boñiga, bueno, muchas veces, pero lo normal era que no. Bueno sí, tenía que reconocerlo, siempre olía a cuadra, rara era la vez que el aroma de las flores impregnaba el ambiente. Pero era muy bonito imaginar el olor a bosque, a lluvia recién caída… En concreto, su calle, era de las que peor olía. No por la suciedad de la calle en sí, que jamás la vio limpia, si no porque su calle hacía “tiro” y todos los olores del pueblo pasaban por ella.
         -¡Me cago en todos los muertos de la gente marrana y puerca! –se lamentó para sí misma doña Enriqueta – ¡Y de paso me voy a cagar en el dueño de la plasta que acabo de pisar!   
         No había día en que no pisara alguna. Era algo a lo que no se podía acostumbrar lo cual hacía que se pusiera de muy mala sombra. Apretaba los dientes con fuerza e intentaba ni pensar en el ruido que hacía al pisarlas ni en mirarlas directamente.
         Respiró, tosió levemente y echó a andar calle abajo. Iría caminando despacio  hacia el convento. No tenía prisa.  Así disfrutaría del paisaje. Aunque dicho paisaje era un camino de piedras con unos socavones impresionantes y muchos cardos y ortigas reconocía que el resto era muy bonito. Había un pequeño bosque detrás, no muy lejos, el cual le encantaba.
         Todavía recordaba el día que se trasladó al pueblo con su marido. Se fueron a vivir ahí debido a la enfermedad de él. Le dijeron que tenía que respirar aire de montaña, que eso le sentaría muy bien a él. Pero al poco de llegar falleció. Ella siempre pensó que su corazón no resistió tanto compromiso marital.
         Él era mulato, mitad español, mitad africano y era mejor no recordar cuál era su mejor cualidad porque se ponía enferma. ¡Qué recuerdos! ¡Pobre Ram Alí, dejar éste mundo tan joven! Le echaba mucho de menos. Lo que si le extrañó fueron las manchas que le salieron a su marido una semana antes de morir. Si le hubiesen salido por todo el cuerpo pues habría pensado que era debido a algo que habría comido en mal estado, pero que le salieran justo ahí… era cuánto menos sospechoso. Una adivinadora del futuro le dijo, recién fallecido él, que su muerte, y por eso esas manchas, fue debido al excesitivarum fornicium. Años más tarde se enteró que eso no era ninguna enfermedad, propiamente dicha.
         ¡La adivinadora, eso es! Se le acababa de ocurrir una idea. Iría a ver  a  ésta  mujer  y  le  pediría  que le dijera su futuro inmediato. Con suerte conocería a algún hombre bien calzado. Incluso si era un mozo no le importaba. Su necesidad la superaba.
         Giró a la derecha, por la calle de los Cinco Porteadores o del Calvario, llamada así porque en Semana Santa siempre eran cinco los porteadores de la cofradía Mayor que sacaban por esa calle a la Virgen de los Cinco Valores.  Porque  había  que  tener  cinco  veces  valor  para soportar a aquel paso. Ese día solo salía él de procesión. Recorría la calle desde la media noche del Viernes Santo hasta justo cuando amanecía. Ida y vuelta. Ida y vuelta. Así todo el tiempo y el que no asistía era señalado y apedreado al día siguiente. ¡Qué martirio esa noche! Bueno, en realidad, para el que era creyente eso era como una penitencia. Era una forma de purgar sus pecados.
         Ella había sido muy devota, muy cristiana, pero desde la muerte de su marido había dejado de creer en Dios y sobre todo en la Iglesia. Le habían defraudado. Creer en Dios era un problema personal, cuestión de fe. Lo de creer en la Iglesia era diferente. Era algo que se podía ver. Y lo que había visto desde la muerte de su marido no le gustaba nada. Suponía que antes de la muerte de su mulato sería lo mismo pero era desde entonces que sus creencias habían cambiado.

Huid del mentiroso sincero
Del que diga que nunca miente
Porque como mala simiente
Os engañará con la verdad primero

         Leyó aquel verso de joven, en algún libro que tenía su padre, y aunque   no  recordaba  el  título  sí   que  se  le  quedó  grabado  aquel cuarteto en la cabeza. Pertenecía a un soneto que no recordaba bien pero que hacía referencia a la falsedad aparente y que era totalmente aplicable a la Iglesia y a sus mandatarios. Bueno no solo a la iglesia, si no a muchas cuestiones de la vida como el amor, por ejemplo. Conocía demasiadas personas que se casaban sin estar enamoradas. Para ella eso era una falsedad moral que solo hacía daño a la misma persona y a las demás.
         Iba en estos pensamientos cuando a lo lejos, en el camino, se fijó que había dos hombres que iban en dirección contraria a la que ella iba. Los había visto en muchas ocasiones. Siempre iban juntos. Eran porqueros. Iban muy mal vestidos, sucios y con una sonrisa, de verdadero deseo carnal exactamente igual en los dos. Y exactamente igual eran sus dientes negros y podridos. Se haría la disimulada y no los miraría a los ojos, si no estaba perdida, porque ellos lo tomarían como aceptación y capaces eran de saltarle  encima.
         Notó el olor hediondo aún faltando varios metros. Los miraba de soslayo y vio como uno le daba con el codo al otro y la señalaba a ella. En las otras ocasiones que se habían cruzado o visto ellos nunca le dijeron nada y esperaba que esta vez fuera igual.
         Se equivocó. Cuando llegaron a su altura se pararon y exclamaron:
         -¡Buenas mañanas tenga, potranca!
         ¿Potranca? ¿Pero qué se pensaban que era ella? ¡Por Dios, que vulgares que eran! Vulgares y simples. De poder hacerlo les soltaría una coz a cada  uno en mitad de sus pudencias, a ver si así se les quitaban las ganas de cabalgar. ¡Potranca! ¿Se podía consentir eso? ¡Qué  manera de  tratar a  las mujeres! ¡Y más a ella que era una dama respetuosa! Le daba mucho coraje que pensaran que era una buscona desesperada. Los hombres siempre confundían todo.      
         -Deseamos mi amigo y yo hacerle una propuesta, ya que sabemos de sus sequeras. No queremos que se ofenda ni que  nos tome por lo que no somos. Solo deseamos saciar nuestro apetito que nos trae en berrea hace unas semanas y como sabemos de sus necesidades hemos pensado que, tal vez los dos, podamos poner remedio.
         -¿Qué es lo qué dice? Casi no le entiendo. Haz como si no hubieses escuchado nada, por lo qué más quieras –pensó para sí misma horrorizada doña Enriqueta –A lo mejor se creen que  son  atractivos y solo hay que mirarlos para devolver. Me dan ganas de soltarles un estufío, pero mejor no. Sigo mi camino y punto.
         -¡Mírala, Mofón, mírala que porte tiene! Nunca nos ha dirigido la palabra y no lo entiendo. ¡Mírala de nuevo, mírala como mueve el fleco!
         Empezaron a reírse tan fuerte que una vieja que iba en un carromato paró  pensando que algo grave estaba ocurriendo. Incluso se preparó para la guerra  por si acaso eran cuervos.
         Los porqueros miraban de arriba abajo a la viuda dando pequeños chasquidos balanceándose ligeramente sobre la puntas de los pies.
         -¡Usted se lo pierde, señora Enriqueta! Si se lo piensa díganoslo. Estaremos esperando todo el tiempo que sea necesario –dijeron mientras no paraban de reír.
         Desde luego si quisiera encontrarlos no sería demasiado difícil. Solo tenía que seguir el rastro de olor que iban dejando. ¡Y esas barrigas y esas axilas, por Cristo el Vengador! Estaban llenas de roña y las tenían siempre al aire libre.
         Siguió su camino sin hacerles el más mínimo caso. Estaba mareada. La gente así, sin modales, la ponía muy nerviosa. Eso y un temblor labial que de vez en cuando le entraba.

Aprovecha las ocasiones
Vive en risas y no en llantos
Danza con todos los sones
En derechas, en izquierdas y en cantos

Que la vida solo es futuro
Y el presente es pasado
Que el amor no  existe pero regálalo seguro
Que el tiempo tiene que ser aprovechado

         Con estos versos se presentó su marido el día que se conocieron. Era muy poeta. A veces cantaba. Le “cantaba” lo que tanto echaba de menos ahora. Reconocía que aunque fuera su marido era más bien guarro pero él decía que así tenía que ser un verdadero macho. Ella no estaba de acuerdo ya que un hombre limpio y educado era lo mejor. Lo otro simplemente era una porquería, aunque claro, como todos eran iguales no había donde elegir. O lo aceptaba o se metía a monja; no había más. Y estaba claro que ella no sentía devoción por Dios como para entregarle su vida así tan estúpidamente. Aunque respetaba a quien decidiera hacerlo.
         La casa de la adivinadora estaba a dos leguas, en un pequeño bosquecillo,  en la dirección del convento. A mitad de camino había que coger un sendero y seguirlo. Al final de éste estaba la casa. Nunca había estado en ella. No creía en esas cosas ya que le parecía que todo era superchería y una gran tomadura de pelo, pero les tenía cierto temor. Puede que en el fondo hubiera algo de cierto en las adivinaciones. Su abuela creía mucho en hechiceros, brujas, adivinadoras, echadoras de cartas y sanadores. Antes de morir exclamó: -¡Tenía razón la hechicera cuando hace cincuenta años me dijo que cuando menos me lo esperase me visitaría La Muerte! –dijo éstas palabras, le temblaron las piernas y falleció.
         En el pueblo se decía que había que llevar cuidado con ella. Que no le gustaba que fueran a reírse  porque  si no, te echaba  mal de  ojo y estaba ya uno sentenciado para los restos. No pensaba reírse, ni muchísimo menos, a pesar de no creer en éstos saca dineros les tenía mucho respeto. Por si acaso.
         Después de ver a la adivinadora iría al convento para hablar con La Trinitaria. A pesar de sus respuestas, a veces hirientes, le consolaba hablar con ella. No sabía si porque era monja o por la forma de decir las cosas. Esperaba encontrarla, ya que casi nunca se hallaba ahí. El dónde iba era todo un misterio. A veces se la veía los días de mercado. Siempre conseguía que el dueño de algún puesto le regalara algo. Nunca iba acompañada y muchas veces si se encontraba con su tía Candelaria, de edad parecida, se entretenían en platicar un buen rato aunque no lo hacían muy amigablemente, todo lo contrario.
         La mañana había mejorado. Ahora hacía un sol resplandeciente y ya no estaba tan fresca. Le encantaba el mes de mayo. Creía que era el mejor mes de todo el año. Los días tenían un color diferente y brillaban de una manera especial.
         Si todo fuera así sería de ensueño pero desgraciadamente las gentes estropeaban todo encanto. Ella admiraba a La Naturaleza; le parecía misteriosa y a la vez sin muchos secretos. Solo ofrecía vida, porque ella pensaba que la muerte y la vida eran lo mismo, solo que ocurrían en momentos diferentes. De saberla disfrutar, la vida era maravillosa.
         Al cabo de un agradable paseo divisó la casa de la adivinadora. Su corazón le empezó a latir con cierta fuerza. Todavía no sabía si darse media vuelta y dejarse de tonterías pero no quería arrepentirse de ir a verla. Finalmente se decidió a hacerlo; no perdía nada con intentarlo.
         Antes de tocar a la puerta se acordó nuevamente de su medio mulato. ¿Por qué  se  tuvo que  ir de ésta  vida de forma tan temprana? Otros, como el rey, estaban vivitos y coleando. Bueno lo de vivito era relativo. Decían que estaba muy enfermo y a punto de expirar. No le producía pena. Y menos éste, al que llamaban Felón. Y lo de coleando sí que era cierto, porque menuda tranca decían que se gastaba el Príapo. ¡De por lo menos un jeme y medio!
         Suspiró profundamente, y tocó a la puerta. Ésta se abrió chirriando. ¡Cómo no! Estaba todo oscuro y el olor era…No sabía muy bien cómo explicar aquel olor. Era…era… Bueno, si respiraba de nuevo estaba segura de que fallecería allí mismo.  Así es que aguantó la respiración todo lo que pudo. Miró nuevamente y no vio a nada ni a nadie.
         Se mareó ligeramente pero se sobrepuso. Respiró, una pequeña  bocanada, y volvió a mirar otra vez, esperando encontrar a la hechicera,  adivinadora  o  quien  carajo  fuera.  Volvió  a inspirar muy despacio, muy poco a poco, así el efecto nocivo del ambiente no sería tan peligroso.
         De repente sintió una voz al fondo de lo que creía era el salón. La sangre se le heló y sintió como le empezaron a temblar los codos.


-Próxima entrega: El acertijo.

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